Creo recordar que en el año 2007 una adolescente del norte de Irak fue lapidada por sus propios hermanos y otros familiares masculinos. El pecado: la joven se había convertido al islam para casarse con un joven musulmán de su misma aldea.
No se me olvida la imagen de uno de sus familiares aplastando la cabeza de la joven -aún viva- con un trozo de hormigón. Eran yazidíes, y era la primera vez que supe de la existencia de semejante creencia. Una vieja religión zoroástrica que ha ido amalgamando elementos de judíos, cristianos y musulmanes. Son fuertemente endogámicos y, por tanto, sus mujeres no pueden cambiar de religión ni casarse con extraños. En fin, algo objetivamente demencial en el siglo XXI.
Hoy, en el verano de 2014, yazidíes y cristianos del norte de Irak están siendo masacrados por los yihadistas suníes del Estado Islámico de Irak y Levante (Isis)He visto imágenes actuales que dejan la atrocidad cometida sobre la joven yazidí en pañales. Los carniceros suníes cortan cabezas de gente viva, entierran viva a la gente y las queman vivas… Luego exhiben las cabezas cortadas como trofeos a modo de semillas de terror. No muestran piedad ni empatía. Un australiano, convertido al islam y yihadista del Isis, ha subido a Twitter una foto de su hijo de siete años con la cabeza de un soldado sirio en las manos. Un carnicero de Castillejos, pequeña ciudad marroquí a pocos kilómetros de Ceuta, se exhibe en las redes sociales con un cuchillo ensangrentado y cinco cabezas humanas a su alrededor… y sonríe el muy imbécil. Es la barbarie sin más calificativos, el terror desnudo, la fuerza bruta, la estupidez ensalzada, el odio humano sin cortapisas.
Y lo hacen al grito de ‘Alá es grande’ al tiempo de descerrajan un tiro en la cabeza de un hombre por el simple hecho de ser cristiano, yazidí, sirio o lo que sea… y lo tiran al río. Y luego otro, y otro, y otro, y otro, y otro… y los cadáveres viajan aguas abajo para que los ribereños sientan el terror que les espera si no aceptan las leyes medievales de estos carniceros.
No sé, cuando los hombres hacen semejantes atrocidades casi siempre se amparan en sus dioses inmisericordes. Los cristianos también tuvieron su Santa Inquisición y para justificar cualquier crimen gritaban: ‘Porque Dios lo quiere’. Afortunadamente los cristianos han atravesado desde entonces una Revolución Francesa y un siglo XVIII que los han encorsetado medianamente en lo razonable. La religión ya no es el centro de la vida del cristiano… o eso creemos. Pero estos islamistas que hacen su guerra santa aún siguen en lo más lúgubre de la Edad Media; utilizan un remedo de religión filtrada a través de su locura y la colocan en el centro de sus vidas; y con ella gobiernan todo, hasta el menor pensamiento. Y cualquier creencia que justifique quemar vivo a un hombre es una aberración que hay que exterminar… como sea. Nos va la humanidad en ello.
Las imágenes de los yihadistas del Isis asesinando a sangre fría no me dejan dormir. El fanatismo de masas humanas enfervorizadas me ha avergonzado y asustado desde que tengo uso de razón. Las masas aclamando a Hitler, a Jomeini, a Franco, a Juan Pablo; masas encolerizadas enterrando a un niño mártir; cada campo de futbol con energúmenos que pagan para gritar, cada manifestación popular, reivindicativa, festiva, por causas justas o injustas… en cada una de ellas las personas pierden su identidad y pueden adoptar comportamientos que jamás harían individualmente. Los antropólogos que saben de estas cosas cuentan que el fanatismo es propio de la conducta humana —incrustado en la impronta genética— y ha sido un factor positivo en la evolución del hombre como especie. El fanatismo propone y supone el seguimiento indiscutible del líder de la manada, la aceptación sin discusión de un liderazgo y la defensa del mismo a toda costa. Puede que en los grupos nómadas del paleolítico, ser un fanático defensor del líder, fuese una ventaja para la supervivencia del grupo, pero quinientos mil años de civilización deberían haber creado una costra de razonabilidad por encima de todo eso. El problema es que es muy fácil rellenar esa impronta genética con excusas ideológicas, religiosas o sentimentales que conduzcan a actitudes fanáticas.
Desgraciadamente el fanatismo es una de las realidades humanas… es una ceguera intelectual que necesita remedio.