Teniente Azcárate: El inventor de la pólvora

Estos párrafos están extraídos de «Crónicas de Villajovita» / Miguel Ángel López Moreno – 2006


La casa del tío Asensio siempre fue un centro de reunión muy concurrido. Servidor recuerda que en ella se reunían la familia y los vecinos, y no pocos, para recibir el año nuevo al son de las campanadas de un gran reloj de pared que el hombre cuidaba y mantenía con mucho esmero. También se jugaba a la lotería, que cada número tenía una retahíla delante y otra detrás, como para anunciarlo o para confirmarlo y que nadie se equivocara. Entre otros, solía venir a jugar Marideli, sobrina del tío Asensio, con su marido Juan Azcárate, que era teniente.

Este hombre, alto y larguirucho, fue el que me enseñó y explicó cómo fabricar pólvora cuando yo tenía ocho años. Fueron apenas unos minutos que actuaron como si abriese la puerta a un universo por conocer. A lo largo de la vida hay frases, imágenes o momentos que actúan de catalizador, que no se olvidan jamás e influyen en el resto. Y esos momentos con Juan, el marido de Marideli, yerno de mi tía–abuela Victoria, fue uno de ellos.

El teniente Azcárate me enseñó que la pólvora era la mezcla íntima de nitrato potásico, azufre y carbón. Que el nitrato podía sustituirse por clorato potásico, que eran unas pastillas blancas que se vendían en las farmacias para curar las llagas; y que el carbón se podía sustituir por azúcar. Y añadió en voz baja algo que sonó a fórmula mágica y me hizo sentir un privilegiado, dijo: Debes mezclarlo en la proporción Seis–As–As. Es decir, seis partes de nitrato, una de azufre y una de carbón, la antigua proporción clásica.

Desde entonces el escaso dinerillo que conseguía lo empleaba en fabricar pólvora y cohetes. El azúcar era lo más fácil, lo sisaba a mi madre. El azufre era muy barato, por dos reales te daban en la droguería Espí un papelón enorme porque era muy poco denso… en realidad el azufre se usaba para quemarlo en lugares cerrados y desinfectar el local. Lo más difícil era comprar cajitas de clorato potásico en la farmacia de Carmen Pérez Slöcker, la madre de Felipe Juste. El mancebo era Juan, el padre de Miguelito Zamora, que vivía por la cuesta de Varela y éramos compañeros en la escuela de don Francisco Canto. Había que comprar el clorato con cierto tacto (servidor ponía cara compungida, como de sufrir mucho por las llagas de la boca) y, además, el hombre no consentía en vendernos más de una caja a la vez, y entre una venta y la siguiente se le tenía que olvidar la primera. Y lo hacía así porque sabía perfectamente para qué lo queríamos, y que había niños gamberretes que se dedicaban a hacer explosiones. Uno de ellos fue Pitoño, el nieto de doña Jovita, al que le regalaron una caja
de química y se dedicó a fabricar pólvora con el nitrato potásico que pusieron allí los inconscientes fabricantes. Dice que hizo un petardo en un bote de penicilina, de vidrio, que le dieron fuego junto a la pared exterior de las microescuelas, y que aquello pegó tal explosión que la gente salió a la calle atemorizada. Pero luego, los malvados Yaye, Chirri, Pepito Acosta y Pitoño se dedicaban a hacer explotar montoncitos de clorato y azufre percutiéndolos con una piedra plana. Pero lo hacían delante del portón donde vivían Alberto, Nono, Chirri y Belín, porque era un portal con una resonancia enorme y multiplicaba convenientemente la fechoría.

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