Inicio > Ceuta > Mujer muerta > Subida al Yebel Musa

La subida al Yebel Musa

Lo que sigue es un relato extraído del capítulo 11º de Crónicas de Villajovita. Pero hemos añadido fotos y datos posteriores a la edición…

Musa Ibn Nusayr (walí de Ifriqiya y el Magrib) y Tarik Ibn Malluk fueron los dos caudillos musulmanes que iniciaron la conquista de la península ibérica en 711. En la batalla de Wadi Lakka (río Guadalete, Guadarranque o Barbate, no hay acuerdo entre los historiadores para fijar el lugar concreto) desarticularon totalmente al ejército del caduco reino visigodo de Rodericus.

Tarik es nombre de origen germano, posible descendiente de la aristocracia vándala que atravesó el estrecho al mando de Genserico, en el siglo V, y dominó todo el norte de África. El bereber Tarik y sus tropas fueron los primeros en desembarcar en la península. Musa, gobernador del Magreb, quedó inicialmente en el lado africano del Estrecho. Desde entonces las Columnas de Hércules, señaladas en la antigüedad clásica como Abyla (monte Hacho) y Calpe, hoy también son identificadas con el  Yebel Musa (Mujer Muerta) y el Yebel Tarik (Gibraltar).

Primera ruta a la cumbre de la Mujer Muerta. Primavera de 1965. (1): El laberinto de lentiscos / (2): El bosque fantasmagórico / (3): La mina de manganeso / (4): La cumbre con el trípode y el pequeño dolmen / (5): Ladera de la Garganta.

Yebel Musa es una montaña de 839 metros sobre el nivel del mar, parte de Sierra Bullones, las últimas estribaciones de la sierra del Rif magrebí, que se extingue en el estrecho, entre Ceuta y Tánger. Lo que la hace única es su perfil de mujer tendida con los ojos cerrados… unos la llaman dormida y otros la muerta. Muerta o Dormida siempre despertó una enorme fascinación entre nosotros. Alcanzar la cumbre de esa montaña, el duro pecho de la mujer de roca, era el reto supremo de cualquier jovencito ceutí, y en Villajovita solía aparecer algún que otro fanfarrón que decía haber subido, que en la cima había esto y lo otro… y lo que contaban se convertía en una leyenda, en un mito casi inalcanzable porque no era sencillo subir. Nada sencillo.

Posiblemente fue en la primavera de 1965, con trece años, cuando a servidor se le presentó la primera ocasión para subir a la cumbre. Esa primavera del año 65, el clan de los Vayavaca, con el jefe al frente, subiría.

Don César Mosteyrín, el padre de todos ellos, fue un apasionado de la Mujer Muerta y la conquistó varias veces. En su primera ocasión se hizo amigo de un lugareño de Benzú que solía subir para rezar en la zawiya –lugar de oración musulmán– que había en la cumbre. Lo que para nosotros suponía una jornada única y especial, para él debía ser un paseo. Se llamaba Absalam Ben Absalam Zaehmi. Don César y él podían pasar hablando horas enteras. Era un hombre pacífico y muy religioso. César (hijo) recuerda que un día le oyó rezar en la cumbre del Yebel Musa “…y pretendí que me explicara lo que decía la oración. Yo pensaba que sería algo así como Alá es grande y misericordioso. Pero lo único que conseguí es que me dijera que su oración sólo era una moseca árabe (una música árabe) Algunas veces, mi padre le invitó a visitarnos en casa; y cuando lo hizo, en un par de ocasiones, se quedaba admirado de la cantidad de libros que había”.

Por supuesto, don César hizo los preparativos para subir con sus hijos y amigos a título personal, pero la voz se corrió y algunos nos sumamos por la pura cara (entre otros, íbamos Chechita y Anamari Valverde) Servidor se apuntó inmediatamente, aparte del enorme atractivo que tenía ascender a la Mujer Muerta, porque así tendría la oportunidad de estar cerca de Sol Mosteyrín todo el día. En primero de bachillerato (con once u doce años), cuando ella y Bebe (Nieves Valverde) salían del instituto, un nutrido número de chavales las rondábamos cantándoles una cancioncilla cuartelera que decía:

La rubia es  fenomenal
Y la morena tampoco está mal

Ese domingo salimos muy temprano de Villajovita. Cogimos el vetusto autobús rojo de Benzú que paraba en la puerta de Lorenzo Lesmes –que era dos años mayor y decía que Sol era asunto de los de su edad, el puñetero– y pasaba cada hora. Por entonces Benzú era un pequeño grupo de casitas muy modestas que se levantaban a orillas del mar. Pasamos el puesto fronterizo sin problemas, que para eso iba con nosotros don César, una persona mayor, con bigote y todo. Ya en Marruecos, a un escaso kilómetro del puesto fronterizo, entre las casitas de Bellones que desprendían un agradable olor a leña quemada, comenzamos a subir enfilando directamente las laderas que progresan hasta el pecho de la Mujer Muerta. Y enseguida comprendí que no iba a resultar fácil. No recuerdo con detalle las cosas, pero no me separé ni un minuto de Sol Mosteyrín, siempre pendiente a ofrecerle mi mano y ayudarla caballerosamente a subir o bajar. Es lo que tiene un amor platónico a los trece años, que es puro, simple y desinteresado: tomar su mano era suficiente… aunque para la niña no significara absolutamente nada.

El Laberinto. En la primera parte de la subida serpenteamos por entre macizos de arbustos más altos que nosotros –podrían muy bien haber sido lentiscos–. La disposición era tal que simulaba un laberinto que se cerraba a nuestro alrededor, y la única referencia que nos quedaba para progresar era la inclinación del terreno. Y una vez salidos del laberinto el color verde dejó de existir, entramos en el reino de la roca. Piedras blancas con sonido metálico…

El Laberinto de Lentiscos. Cortesía de «Nostálgico». Fuente: Foros ceuta.com
«El sonido metálico (fonolítico) de las piedras calizas sueltas del Musa no lo he encontrado en ningún otro sitio, a pesar de haber estado en muchos macizos calizos. Debe ser que a la mujer de Atlas le gustaba la música. Si puedo, intentaré enterarme de la causa científica». Carlos Sanz de Galdeano

Recuerda servidor que en ese paraje perdimos las referencias urbanas que nos permitían calcular distancias. No había casas, ni postes de la luz, ni nada construido por la mano del hombre que sirviera de comparación. Tampoco había árboles que nos ayudaran a calcular a distancia el tamaño de una persona. Todo resultaba grandioso en esos espacios abiertos y el sonido se perdía sin ecos. Decidir el tamaño o la distancia a una roca era una tarea complicada y extraña porque cuando un compañero llegaba a ella y comparabas, lo que creías pequeño, resultaba enorme.

La vieja carretera. Más tarde alcanzamos la vieja carretera que antaño usaron los camiones que sacaban mineral de manganeso de la antigua mina que estaba situada aproximadamente a mitad de la ascensión. Si en su día fue una carretera, cuando la pisamos apenas quedaba su recuerdo. El piso era un pedregal de cantos irregulares, sueltos y muy inestables, del tamaño justo para que resultara difícil pisarlos y mantener el equilibrio, pero eso no me importaba porque así pude ayudar a Sol. El camino serpenteaba de izquierda a derecha para poder salvar la pronunciada pendiente, de manera que siguiéndola habríamos caminado algunos kilómetros de más. Optamos por abandonarlo y subir en línea recta, aunque eso representara caminar casi a cuatro patas debido a la enorme pendiente del pedregal.

El Bosque Fantasmagórico. Así llegamos a un lugar que bautizamos como el Bosque Fantasmagórico. Era un grupo de cinco o seis árboles dramáticamente retorcidos e inclinados hacia poniente por el viento de levante. Estaba situado en mitad de la ascensión entre las últimas casitas de la cabila Bellones y la mina de manganeso. Era un paraje que resultaba sobrecogedor por lo silencioso y solitario. Recuerdo que una súbita ráfaga de viento provocó un sonido ululante entre los árboles. Escalofriante. Las voces sonaban quedas. En el suelo del Bosque Fantasmagórico crecía un ralo pasto verde como única concesión a la vida. Y bajo un enorme bloque de roca manaba un manantial de aguas frescas y cristalinas. Bebimos, por supuesto.

Este debe ser el Bosque Fantasmagórico que recordamos. Cortesía de «Nostálgico» / Fuente: Foros de ceuta.com
«Me parece que los árboles retorcidos e inclinados son sabinas. Se ven igualmente en el Hauz (cadena que va de Tetuán a Ceuta) y al sur de Tetuán, entre otros sitios. Es un bosque relicto, últimos ejemplares de un antiguo bosque de sabinas.» Carlos Sanz de Galdeano

La Mina de Manganeso no queda lejos del Bosque Fantasmagórico. Desde Ceuta se puede localizar por una lengua de tierra ocre que se desparrama ladera abajo, y que contrasta con el color blancuzco de la caliza del resto de la montaña. Tenía forma de triángulo, con el vértice superior en la boca de la mina y la base a unos cien metros más abajo.

Cuando alcanzamos esa lengua de tierra ocre (que fue la ganga inservible de la explotación) resultó ser muy fina, blanda y polvorienta. Subir esa rampa de inclinación cercana a los 45º fue una proeza. Hoy día se recomendaría utilizar cierto tipo de calzado, especializado y específico, para evitar que la tierra penetre y para que la planta del pie no sufra con las irregularidades. Entonces todos llevábamos zapatillas de lona de deporte, con fina suela de goma y sobrevivimos.

Vista desde el collado de la Mina de Manganeso. Abajo, Beliunech (que apenas existía en 1968) y la bahía de Benzú. (Foto del Club Alpino Al-Hadra de Algeciras)

Recuerdo que paramos cuando llegamos a la mina. Seguro que entramos. Pasar de largo sin asomarse a un boquete habría sido impensable con trece años, pero se me ha borrado el recuerdo (cuatro años más tarde, ChechitaCóico y servidor subimos hasta la mina con don Ramón Brumós Albero, un afamado mineralogista catalán y tío mío) Desde ese punto torcimos a la izquierda y acometimos la última parte de la subida al pecho de la Mujer Muerta. Fue el tramo más difícil y largo, pero la recompensa también fue larga con creces. 

Morrena parda de la vieja mina de manganeso. Imagen cortesía de «Nostálgico»,
extraída de los foros de ceuta.com

En la cumbre.  Lo normal es que la cumbre del Yebel Musa esté cubierta de nubes, pero tuvimos suerte. El día era clarísimo, y pudimos contemplar el Estrecho y Ceuta desde una perspectiva nueva y difícil de alcanzar. El estrecho parecía un pequeño lago, y la orilla peninsular se percibía al alcance de la mano, sorprendentemente cerca. Y Ceuta parecía estar a nuestros pies, en la vertical. ¿Cómo podía ser eso?

Hay muchos lugares en este Mundo, desde los que contemplar un atardecer se convierte en un placer para los sentidos, y muchos de nosotros sabemos que allí, cerca de donde nacimos, desde la cima de aquella montaña, en algunas tardes de poniente claro, con la brisa moderada de un mes de verano, con o sin compañía, a solas con los recuerdos o simplemente mirando hacia Tarifa, veríamos algo parecido al «Mayor espectáculo del Mundo», cuando el disco del sol entra en el mar para volver al día siguiente, renovado de fuerza y esperanza, aparecer en la espalda del monte Hacho… Ahora, ponle la música que más te guste para ese momento contemplativo y relájate Mª Angeles. Se puede hacer. Un beso al aire desde Alicante. Antonio Gª Herola / 23 Mayo 2006

La otra vertiente, la que mira al oeste, en dirección a Tánger era nueva. Se sucedían valles de piedras y montañas verdes. Unos detrás de otras, hasta perderse en la bruma lejana. Y, sobre todo, tal vez por la ausencia de señales de civilización, por la enormidad del espacio abierto, por la falta de eco, que  cuando hablabas la voz parecía no progresar, y por la brisa tan sutil, sentíamos una sobrecogedora sensación de soledad y lejanía.

Isa Mary López Sñanchez (hoy día llamada Isabel), una de aquellas niñas de Villajovita, subió a la cima de la Mujer Muerta en 2003. Aquí la vemos en la cumbre con un sherpa (un lugareño de Beliunech que les ayudó a subir)

En la cima encontramos dos cosas humanas: una construcción metálica y otra de piedra. La primera era una especie de trípode, firmemente sujeto a la roca, que sostenía un mástil metálico. Decían que ése era uno de los vértices de un triángulo equilátero que se formaba con otras cumbres situadas en la península. Sea lo que fuese era un hito cartográfico que no parecía demasiado antiguo. Pero la construcción de piedra era un lugar de oración islámico: una zawiya con forma de pequeño dolmen neolítico. Allí era donde, Absalam Ben Absalam Zaehmi, el amigo de don César subía a orar. Dos losas verticales sujetaban una tercera que las cerraba, como de medio metro de altura. La losa horizontal del techo tenía cinco orificios naturales donde encajaban perfectamente los dedos de la mano derecha. Alguien del grupo, posiblemente César Mosteyrín (hijo), dijo que eran la impronta de los dedos de Alá, que sujetó en cierta ocasión el pequeño altar para evitar su destrucción… y yo me lo creí. Debajo del pequeño dolmen había un paño untado en aceite; puede que fuese óleo sagrado, aunque también pudiera ser que un pulcro excursionista se limpiara el aceite de la lata de sardinas en el trapo que dejó allí dentro. Pero es más romántico pensar lo primero.

Cumbre de la Mujer Muerta. Imagen cortesía de «Nostálgico». Fuente: ceuta.com

La galleta de piedra.A las dos de la tarde, recién comidos los bocadillos, comenzó a soplar una brisa helada y jirones de niebla cubrieron la cumbre. Se perdieron todas las vistas y apenas veíamos a unos metros. No quedó otra opción que empezar a descender a toda prisa. Y elegimos para eso la cara oeste del Yebel Musa, la que mira hacia Tánger. Aquella ladera era un largo pedregal de piedras sueltas. Era muy sencillo provocar pequeños aludes con sólo tirar una en la pendiente, y eso hicimos. Mari Carmen López Peña recuerda que fue en esta zona donde Ana Mari Valverde, a consecuencia de las pedradas que recibió, quedó con los tobillos ensangrentados…

…en otra ocasión, Socorro Sanz de Galdeano recuerda que «…bajando por una de estas laderas, a veces arrastrándonos sobre el trasero, Pedro Rey perdió el bolsillo del pantalón y con él, el carnet de identidad; creo que alguien, posteriormente, lo encontró y se lo devolvió»

Pero es lo que mejor recuerdo de aquel día porque Sol Mosteyrín y yo nos agenciamos una lasca de piedra, como de un metro de lado, y la usamos como deslizador. Encima de la lasca nos deslizamos metros y metros ladera abajo. Acabé con los zapatos hechos jirones, pero me había arrimado lo mío a ese bombón de chica que era Sol. Recuerdo que durante algún tiempo recordamos el episodio de la galleta, como llamábamos a la lasca de piedra, como algo que nos hacía cómplices.

Foto cortesía de Carlos Sanz de Galdeano, que también bajaba el canchal del suroeste montado en una lasca de piedra. En rojo la ruta del canchal de piedras desde la cumbre del Yebel Musa (1) hasta la Garganta. (2) es la cumbre del Yebel Fahies, La Cara de la Mujer Muerta vista desde el Oeste.

Cuando habíamos bajado la mitad de la ladera oeste, torcimos al noreste para alcanzar la Garganta de la Mujer Muerta. Estrecho pasadizo reconocible pese a las gigantescas proporciones que resultan cuando uno está entre la papada y el pecho, es decir, entre el Yebel el Fahies y el Yebel Musa. Era un corredor donde soplaba un viento huracanado. No podía ser de otra manera, la garganta es el embudo que pone en comunicación el este y el oeste, un estrecho paso de aire que provoca un efecto Venturi extraordinario.

Foto cortesía de Carlos Sanz de G. Lanzada por Rachid Hlila desde la Garganta. Abajo se aprecia Beliunech y la Punta de Benzú.

Cuando dejamos la garganta entramos en la sombra del ocaso. Comenzó a oscurecer y nos encontramos bajando el estrecho de rocas Bab Ain Barca prácticamente a tientas y con una inquietud creciente porque si se pierden las referencias con luz, cuando entras en la oscuridad es facilísimo desorientarse. Por fortuna nos encontró un lugareño que se brindó a conducirnos hasta la cabila de Bellones, y desde ahí, ya por senderos definidos alcanzamos el puesto fronterizo y Benzú.

Mientras esperábamos el autobús, don César reparó en servidor y le dijo a uno de sus hijos mayores: “Este chico no ha abierto la boca en todo el día”. Se equivocaba, la tuve virtualmente abierta todo el día.

A Villajovita llegamos totalmente reventados a las 11 de la noche. Seguro que nuestras madres estarían de los nervios. Pero ese día resultó inolvidable, Sol y servidor habíamos bajado una ladera de piedras montados en una galleta… y, además, habíamos vencido a Musa 1200 años después de su victoria.

Preciosa vista de la Mujer Muerta helada…

Es un relato extraído de Crónicas de Villajovita, páginas 246-254


< Volver a Mujer muerta >