Sin memoria no hay dignidad

PRÓLOGO de «Trigo Tronzado. Crónicas sienciadas y comentarios». Un libro de José Casado Montado. ISBN: 978-84-617-5103-7 / 2ª Edición por Ateneo Republicano y Memoriarista de la Isla, 2016

Este texto se compuso con ideas y recuerdos de Antonio Gil.


A Pepe Casado lo veían atareado en una esquina de la sede del partido. Era un hombre comedido, silencioso, prudente… y comunista. Ser comunista suponía muchas cosas, y una de ellas era aborrecer la Cruzada de Liberación Nacional y, en consecuencia, quedar expuesto a prejuicios profesionales y maltratos sociales. Porque en el concepto de unos pocos, cada vez más, la cruzada fue en realidad un crimen justificado por curas detestables. La liberación no fue más que la esclavitud de un pueblo maltratado. Y lo nacional sólo alcanzó, como de costumbre, a las élites de siempre: los terratenientes, los curas y la cúpula de un ejército incalificable.

El pueblo de la posguerra, hambriento, asustado y sin criterio, fue presa fácil y acabó aceptando la iconografía intelectual y física que exhibían los vencedores, unos valores que deshumanizaron a los perdedores –entre los que se encontraba Casado- hasta el punto de convertirlos en cosas prescindibles y dignas de ser olvidadas. Fueron tiempos en los que se vitoreaba a la muerte, se deseaba la extinción de la inteligencia y se preferían bueyes para trabajar a personas que pensaran. Tiempos oscuros trajo esa guerra.

Ese pueblo mustio y sin horizontes acabo creyendo sin remedio la historia impostada de los vencedores y las leyendas de mármol viejo que aún hoy ilustran las calles de San Fernando, el pueblo natal de Pepe Casado, y que emiten un mensaje pétreo y claro: la Cruzada de Liberación Nacional nos salvó de la horda revolucionaria… una patética enseñanza para las nuevas generaciones.

Incluso después de la legalización de todos los partidos políticos, en la iconografía popular, a los comunistas se les incluía entre la horda revolucionaria que había devastado la España católicaPero no fue así. Pepe Casado sabía —porque lo vivió en San Fernando— quiénes fueron en realidad las hordas criminales y sabía qué significó la Cruzada para su vida y para la vida de mucha gente. Significó que los sublevados contra la II República desarrollaron en la retaguardia —no ya en el frente de batalla— una estrategia calculada para anular y silenciar a los políticos y militares republicanos, a los maestros, dirigentes sindicales y líderes obreros señalados durante los años anteriores. Fue una estrategia que decapitó al pueblo hasta dejarlo manejable y sumiso. A él no se lo contaron, lo vivió.

Y pasados los años murió el dictador en su cama. De nada le sirvió al pobre anciano rodearse de incorruptas reliquias o arroparse de mantos virginales. Fue entonces cuando legalizaron el Partido Comunista, y cuando a Pepe Casado se le veía en su esquina habitual de la sede, rodeado de libretas escolares repletas de anotaciones con letra menuda y caótica. El hombre escribía para completar una catarsis vital. Pero no todos en el partido entendieron su afán por escribir, porque su exposición les comprometía. ¡Para qué coño tanto escribir, joder! Le espetaron… Porque sin memoria no hay dignidad, compañero.

Por eso, porque sin memoria no había dignidad, cada día volcaba en las libretas escolares la información que sisaba del archivo de la Iglesia Mayor de San Fernando. No eran años fáciles. Los derechos sólo eran bonitas teorías expresadas con boato democrático, pero traicionadas cuando se apagaban las cámarasEl aparato represorseguía intacto. Misma gente, mismos valores, misma cruzada. Lo mismo detrás de la esquina, cuando nadie mira: Rojo y maricón de mierda era lo mínimo que se despachaba para hombres como él…
…pero lo hizo a su manera. Con discreción y sin pausa. Con la excusa de buscar partidas de bautismo, matrimonio y defunción, asuntos familiares, sacaba furtivamente de su estantería el Libro Único Secreto y, a escondidas, lo copió página tras página.

Sí… por una orden especial del Iltmo. Sr. Vicario Capitular del Obispado los sacerdotes de la Iglesia Mayor Parroquial y de la Iglesia de San Francisco asistieron en la hora de su muerte a ciento treinta y un seres humanos fusilados entre 1936 y 1941. Luego los sacerdotes dejaron registro por escrito según les ordenó el vicario. Casado sisó la información y con ella, con sus recuerdos y con parte de sus entrañas, escribió Trigo Tronzado. No era su intención publicar nada. Inicialmente se conformaba con dejar constancia de los hechos que él vivió. Le movía la necesidad de dejar arreglada su conciencia.

Corría el año 1992 y, aunque hoy nos parezca mentira, seguían  prietas las filas, recias y marciales… no encontró editor. Tuvo que pagarse la edición de su libro. Fue un texto directo y apenas depurado, y así se ha mantenido en esta edición. Y un juez, ante la denuncia de los hijos de uno de los malparados —será triste para hijos y nietos, pero la verdad no tiene remedio—, secuestró la edición y encarceló a Casado… como si eliminando la presencia física del hombre y sus palabras se borrara el crimen. Nunca la conquista de libertades sale gratis. Siempre hay que pelear, en todos los tiempos y en todos los lugares. Los poderosos, los criminales y sus cómplices de acción y omisión, jamás regalan nada. Escribir y mostrar este libro supuso para Pepe Casado la postrera represión de las leyes que el fascismo dictó durante los Años de la Victoria. Por eso, la pelea de Pepe Casado por dar a conocer la otra versión de las cosas, merece ser conocida. Después de él vinieron otros recuperadores de la memoria, y luego muchos más, y más tarde se hicieron las tibias leyes que hoy tenemos… Pero la pelea que inició Pepe Casado hace casi un cuarto de siglo no ha concluido. El Estado se  resiste a reconocer los derechos que merecen los desaparecidos forzadamente en la Guerra Civil y la dictadura. Incluso se lo recrimina reiteradamente el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Pero las peleas nunca se pierden si son justas… hay que empezarlas, aunque sean otros los que las acaben.

Y en el fondo era exactamente eso lo que hacía con sus libretas escolares. Estaba escribiendo la tarea que le ordenaba hacer su tiempo vital. De eso va el libro, de  arrancar de sus entrañas el dolor de un tiempo, y hablar de unos personajes que actuaron con impunidad y vivieron el resto de sus vidas de misa en misa, como ejemplares prohombres de la ciudad. Este libro de Pepe Casado que se reedita es un alarido de impotencia… Es un libro indispensable para cualquier pueblo que quiera recuperar su dignidad aplastada. Aplastada precisamente por un fascismo, cuyos símbolos, aún en 2015, campean a sus anchas en las placas de mármol que jalonan las calles de San Fernando…

…y alguien tenía que escribirlo.

Miguel Ángel López Moreno / http://www.milan2.info /
Isla de León / Septiembre de 2008

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