Debe añorar monseñor aquellos tiempos en los que a la clerigalla se le besaba la mano en señal de respeto (como si lo merecieran)… después de que te preguntaran en la intimidad del confesionario si te tocabas, si te tocaba, si le tocabas, si cuantas veces al día, si donde…
Sí, debe añorar monseñor aquellos tiempos en los que a la clerigalla se le besaba la mano en señal de respeto… como si lo merecieran.
¡Y del otro! ¿Qué podemos decir del otro lumbreras? El que dice que la mujer no puede acercarse a los plátanos ni a los pepinos no vaya a ser que tenga malos pensamientos y se imagine un pene humano erecto cuando mire un plátano. Y que sólo lo podría comer si un hombre de la familia, en lugar apartado, lo pela y trocea. ¿Le llamamos directamente imbécil o elucubramos algo peor?
No se trata de cercenar tales pensamientos, tales ideologías o creencias. No seré yo el que tienda a prohibir estas manifestaciones… pero, eso sí, me reservo el derecho de ridiculizarlas y a ponerlas en evidencia. Todos podemos decir lo que queramos, pero juguemos limpio: fuera los alzacuellos, las sotanas, los púlpitos o los turbantes blancos (o los símbolos que fueren) que predispongan hacia cualquier ascendencia moral sobre el resto de los mortales, porque esa pretendida ascendencia moral es falsa, no debiera existir, es una quimera, es una histórica tomadura de pelo. No juegan limpio… el sitio natural de las religiones son los templos; ahí pueden jugar libremente con todos los aquelarres que quieran, pero si bajan a la esfera pública deben abandonar la Verdad Absoluta (esa Verdad que ellos atesoran y nos convierten a los demás en hombres equivocados) y se calcen los ropajes de seres humanos libres de ataduras místicas… los que oyen voces no son hombres de fiar, y menos si quieren dedicarse al gobierno de la gente.