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República, alzamiento y represión en San Fernando / Introducción
[Los vencedores de la guerra civil española, como hacen todos los vencedores de todas las guerras, escribieron su propia historia de España. Los niños nacidos y educados en esas escuelas de posguerra —los que pudimos asistir— estuvimos convencidos de que los rojos tenían cuernos, rabo y pezuñas de macho cabrío… pero no era cierto.]
A servidor le enseñaron una historia de España muy sencillita. Lo suficiente como para convencerme de que ser español era un privilegio. Me dijeron que los celtas llegaron del norte, eran altos y rubios. Que los íberos estaban en el sur y eran bajitos y morenos. Y que se juntaron en la Meseta y salieron los celtíberos, que éramos nosotros y teníamos lo mejor de cada casa. Éramos fuertes, resistentes, tenaces e irresistibles (altos y rubios, no; pero nobles, una barbaridad). Los españoles ya sabíamos que éramos españoles desde entonces y muchas veces demostrábamos la fortaleza de nuestra raza indómita, como en Sagunto y Numancia contra invasores cartagineses y romanos. Era un orgullo que el emperador Trajano hubiese nacido en Sevilla (la pena era que fuese pagano), y luego hubo que esperar a que el rey visigodo don Recaredo nos hiciera cristianos católicos, como Dios mandaba. Un poco más tarde venía la apoteosis de lo español con Don Pelayo en Covadonga y el Cid matando moros como moscas en la Reconquista. Luego venían los Reyes Católicos, la caída de Granada, Cristóbal Colón y las tres carabelas. Lo de Hernán Cortés y Pizarro era sublime, pero lo del emperador Carlos V y Pavía era una hermosura… De todos modos, servidor prefería la época de Felipe II y el Siglo de Oro, cuando en España no se ponía el sol. Éramos la repera. El Gran Capitán, el duque de Alba y los tercios de Flandes parecían novelas épicas, pero era la pura realidad española. Y lo de Lepanto, con su manco incluido… ¡Madre mía, qué suerte teníamos de ser españoles, por Dios!
No nos dijeron que había compatriotas con otra opinión de nosotros mismos y de nuestra historia. Don Emilio Castelar, por ejemplo, presidente de la I República (porque hubo una primera república española), había dicho el siguiente sacrilegio: «No hay nada más espantoso que aquel gran Imperio Español, que era un sudario que se extendía sobre el planeta. No tenemos agricultura, porque expulsamos a los moriscos; no tenemos industria, porque arrojamos a los judíos; no tenemos ciencia porque encendimos las hogueras de la Inquisición»[1]. Y con españoles de tal calaña no íbamos a ningún sitio… con la calaña de don Emilio, digo.
Ese siglo XIX en el que vivió el tal Castelar no había quien lo entendiera, y acabamos tan desunidos que perdimos Cuba y nuestro imperio. Menos mal que en el XX teníamos al Caudillo, velando por todos nosotros desde El Pardo, con su lucecita encendida hasta las cinco de la madrugada. De la II República solo sabíamos que era el caos y la guerra.
Convendría explicar en este punto —para aquellos que como servidor se quedaron sin estudiar este periodo histórico— que la II República fue un régimen parlamentario iniciado el 14 de abril de 1931, cuando se marcha Alfonso XIII, y finaliza en la práctica el primero de abril de 1939, cuando cautivo y desarmado el Ejército rojo, alcanzaron las tropas nacionales sus últimos objetivos militares… hasta ese día duró. Hubo un periodo constituyente que alumbró la Constitución de 1931. Alcalá Zamora era presidente de la República y Azaña presidía gobiernos de izquierdas durante el bienio reformista, que desarrolló novedosas políticas educativas, sociales y agrarias principalmente. La presión del movimiento anarquista, y la resistencia a los cambios de las clases conservadoras, pusieron las cosas muy difíciles al gobierno. En noviembre de 1933 ganan las elecciones las derechas y comienza el bienio negro, con gobiernos radicales de don Alejandro Lerroux apoyados por la CEDA de Gil Robles, que deshicieron o estancaron los logros sociales del primer bienio. Ocurre entonces la abierta radicalización del Partido Socialista y la Revolución de Asturias, aplastada por las tropas de la República. Finalmente, en febrero de 1936 gana las elecciones el Frente Popular, que retoma las políticas sociales y progresistas, y en julio ocurre el golpe de Estado de militares, fascistas y tradicionalistas. El fracaso del golpe desencadena la Guerra Civil, y una matanza en las retaguardias sin precedentes en la historia de España. Comienzan entonces las cuatro décadas de la dictadura del general Franco, que acaban, no recuperando la legalidad republicana, sino mutando, tras un proceso de transición política, en la monarquía parlamentaria de don Juan Carlos de Borbón.
Pero nunca supimos una mitad de los detalles. Por eso nos quedan asignaturas pendientes en lo nacional y en lo local. ¿Cómo llega la II República a San Fernando? ¿Cómo cristalizan las políticas republicanas en la ciudad? ¿Quiénes desarrollaron las políticas educativas y laicas que tanto molestaron a las personas de orden y recta moral? ¿Qué sindicalistas dirigieron el movimiento obrero en La Isla de León? ¿Qué ocurre el 18 de julio de 1936 y días sucesivos, y quiénes son los que se sublevan contra la República? ¿Quiénes fueron los actores del drama, las víctimas y los criminales? ¿Por qué murió asesinada tanta gente de izquierda, tantos militares leales a la República y tantos otros que aún no saben por qué murieron? ¿Cómo diseñaron en San Fernando la represión los sublevados contra la República? ¿Cómo fue el discurso de mesianismo religioso y odio ideológico que justificó el asesinato de tantos vecinos? ¿Quiénes los pronunciaron? ¿Dónde mataron a las víctimas y dónde los enterraron? ¿Cuáles son sus nombres? ¿Qué palabras y qué conceptos utilizaban los vencedores para eliminar la dignidad de los vencidos? ¿Cómo mantuvieron el régimen de terror después de ganada la guerra civil?
Este libro no contesta al cien por cien estas preguntas, ni otras muchas que van surgiendo en su desarrollo, porque esta no es una historia concluida. Servidor sabe que no es un trabajo redondo y cerrado porque aún quedan los muertos tirados en las fosas. Lo que sí aporta este libro son datos y caminos para continuar desenterrando el conocimiento ocluido.
No es un libro fácil de escribir. No creo que sea sencillo explicar desde lo local, desde lo isleño, la complejidad poliédrica de la II República. Un régimen a la deriva entre las esperanzas frustradas de los desheredados de la tierra y el egoísmo de las clases dominantes, aferradas a sus tradicionales privilegios. No es sencillo tratar la represión política y social que militares, falangistas y personas de orden desplegaron en San Fernando después del Glorioso Movimiento Nacional Salvador de la Patria, que así lo llamaron los vencedores. Los otros, los vencidos que lograron sobrevivir, también acabaron llamándolo así. No les quedó más remedio que adaptarse o morir socialmente. Y las nuevas generaciones —las que crecieron en la posguerra, con el soniquete de los partes diarios y rosarios de la aurora en los oídos, y leyendo el relato de los vencedores, el único relato posible—, tampoco ellas tuvieron alternativa… aquello que pasó en el 36 fue un Glorioso Movimiento Nacional que salvó a la Patria de las hordas marxistas. Tal idea se convirtió en una verdad incontestable. Toca ahora mostrar la otra cara. No es que vayamos a reescribir la historia, es que la vamos a escribir por primera vez… mejor dicho, a tratar de aportar datos para esa historia no escrita. Faltaba el relato de la República en San Fernando, el golpe de Estado fulgurante, la infame represión que siguió y la vuelta atrás en la civilización que supuso la dictadura. Este trozo de la historia de San Fernando no estaba escrito.
Buscamos recuperar el nombre, el recuerdo y la dignidad de personas represaliadas en La Isla a consecuencia del golpe de Estado iniciado el 18 de julio de 1936. Muchos de estos ciudadanos fueron actores directos de la II República, y por esa simple razón, represaliados e ignorados por la dictadura que siguió. Son ciudadanos que no solo fueron asesinados, encarcelados y perseguidos, también sus familias fueron inoculadas de terror. Fue un terror que ha permanecido vivo durante dos generaciones de españoles. Un terror que invisibilizó a las víctimas.
En estas páginas no hay equidistancia: estamos con las víctimas. Ya sabemos que en las guerras aflora lo peor del ser humano, y que en cualquier parte de cualquier guerra se cometen crímenes. Es hasta infantil volver a repetirlo. ¡Por supuesto que en las guerras aflora lo peor! Ya lo sabemos. Ya sabemos que cuando saltan las reglas de convivencia y desaparecen las leyes, cuando se justifican los crímenes con elucubraciones políticas, morales y estéticas para poder cometerlos, entonces el hombre —cualquier hombre esencialmente normal— es capaz de cometer cualquier atrocidad. Eso ocurre en todos los tiempos, en todas las guerras, en todos los bandos de todas las guerras. Pero un bando planificó el exterminio del otro, y otro bando reaccionó con su ración de barbarie.
Pero este libro no habla de la guerra civil española. En San Fernando (y en la mitad de España) no se vivió directamente. Lo que hubo fue un exterminio sistemático de todas aquellas personas susceptibles de oponerse a la barbarie que desencadenaron algunos militares y los fascistas el 18 de julio de 1936. No cabe aquí la equidistancia porque, en la vieja Isla de León, no hubo dos bandos que cometieran crímenes, y lo demostraremos documentalmente a lo largo de este libro. Aquí solo hubo víctimas de una única banda de criminales, algunos de los cuales fueron reconocidos como prohombres en la ciudad.
Este libro está del lado de las víctimas silenciadas, encarceladas, asesinadas con nocturnidad o asesinadas después de un paripé de juicio. Este libro se escribe en torno a los ciudadanos enterrados de cualquier manera en las fosas comunes del cementerio de San Fernando, y quién sabe si en otras que aún no conocemos y permanecen esparcidas por la ciudad. De esas personas hablaremos, y de sus antecedentes en tiempos de la República, origen casi siempre de sus desgracias. Hablaremos de los cientos de ciudadanos represaliados con calabozo, con la rapiña de sus bienes, palizas, escarmientos, depuraciones, cárcel o internamientos en campos de concentración para indeseables… no porque fueran criminales, sino porque no cabían en esa Patria única y excluyente que diseñaron los vencedores.
Para hacer este libro nos apoyamos en los investigadores que nos preceden, fundamental y principalmente en los que se centraron en San Fernando, Cadiz y su provincia: José Casado Montado, Alicia Domínguez Pérez, José Luis Gutiérrez Molina, Victoria Fernández Díaz, Fernando Romero Romero, Francisco Espinosa Maestre, José Cervera Pery, los hermanos Moreno de Alborán y Reyna, Jesús Núñez Calvo, Gil Honduvilla, Fco. Javier Pérez Guirao etc. Damos por buenas sus aportaciones históricas, y desde ellas continuamos la tarea de recuperar una parte de la historia de San Fernando que ha permanecido ocluida, enterrada y aviesamente olvidada por casi todos.
La primera fuente documental es el libro de los sacerdotes de la Iglesia Mayor y de la castrense de San Francisco. Documento que llamaremos Libro Único Secreto(LUS), donde se relacionan ciento treinta y un fusilados en San Fernando, Puerto Real y Puerto de Santa María, entre el 16 de agosto de 1936 y el 23 de mayo de 1941. Pero estos no fueron todos los muertos. Hay más, y será difícil que algún día cerremos la lista de asesinados, fusilados y muertos a consecuencia de la represión política y social.
El LUS se inicia en julio de 1937, cuando el Iltmo. Sr. Vicario Capitular del Obispado de Cádiz, don Eugenio Domaica y Martínez de Doroño, emite una orden especial para que los sacerdotes de San Fernando anotaran las ejecuciones en un libro único y secreto[2]. El registro de fusilamientos lo inició el párroco interino de la Iglesia Mayor, Pedro Brea Temblador, el 16 de julio de 1937 con esta anotación:
«Feligreses de esta Iglesia Mayor Parroquial (I.M.) y de la de S. Francisco de esta (S.F.) que, asistidos en la hora de su muerte, decretada por Consejo de Guerra (C.G.) o por Ley de Guerra (L.G.), por señores sacerdotes de la localidad, son anotados en este libro único secreto por orden especial del Iltmo. Sr. Vicario Capitular del Obispado (S.V.)»
Los primeros registros anotados corresponden a los fusilamientos del 16 de agosto de 1936. El último se anota el 23 de mayo de 1941. Durante décadas, tal libro se custodió en el archivo de la Iglesia Mayor de San Fernando, y es ahí donde lo consultaron José Casado Montado y Alicia Domínguez Pérez. Posteriormente cambió de ubicación y hoy posiblemente se encuentre en el archivo del Obispado de Cádiz. Los intentos para consultarlo in situ han sido infructuosos. Únicamente hemos podido utilizar sus fotocopias.
Fundamental ha sido la investigación en el Archivo Municipal de San Fernando (AMSF) y en la Hemeroteca del Museo Histórico Municipal de San Fernando (HMHMSF). Los miles de documentos consultados han sido las fuentes que nutren este libro. «De esas fuentes fluye el río de la historia», fue la idea de don Claudio Sánchez-Albornoz que se hizo realidad en estos archivos. En los viejos papeles es visible el ímpetu de libertad que aflora en 1931, y los tonos grises que impone la cuartelada a partir de 1936. Puede que se destruyeran los documentos de la Falange isleña, pero sí quedan numerosos rastros documentales de la represión desplegada en San Fernando. No están ocultos, están archivados en su lugar, y este libro muestra dónde están exactamente los documentos que narran la represión franquista en La Isla.
Agradezco la ayuda de don José Luis López Garrido, responsable del Archivo Municipal de San Fernando, que siempre ha sido atentísimo. A Juan Maruri Niño le agradezco su cordial y amable compañía de tantas mañanas. A don Diego Moreno García, le debo su ayuda con la hemeroteca del Museo Histórico Municipal de San Fernando.
Ha sido muy importante el impulso y el ejemplo de los compañeros dedicados a las tareas memorialistas. Sin ellos no existiría este libro. Tanto el Ateneo Republicano y Memorialista de La Isla (ARMI), como AMEDE (Asociación por la Recuperación de la Memoria Democrática, Social y Política de San Fernando)[3] han supuesto un estímulo para seguir investigando, estudiando y recopilando datos con los que recomponer la memoria ocultada que todos buscamos. Quiero señalar el trabajo silencioso y ejemplar de los voluntarios (jóvenes y mayores) que trabajan en las fosas comunes del cementerio de San Fernando. Ver a estos incansables buscadores de huesos es una demostración de que tenemos esperanza como especie cuando a los humanos nos mueve la nobleza. Pero, sobre todos ellos, no hemos dejado de pensar en las víctimas vivas, los familiares que siguen en el intento de cerrar un ciclo vital. Es su derecho.
Agradezco profundamente la ayuda Carlos Bernal López, mi admirado lector cero y compañero de la vida desde los pocos años hasta hoy, tan amable y tan cuidadoso con cada detalle de cada letra. Y agradezco las ideas y comentarios de mis correctores Antonio Olvera Calderón Paterr y Francisco Javier Pérez Guirao, por el tiempo que han dedicado a los borradores. Tienen mi gratitud don José Quijano y don Ángel López por la cesión de las fotos. Ambos, gestores de archivos fotográficos que dignifican el valioso trabajo que sus mayores regalaron a San Fernando.
Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio[4].
[1] Tomado de MIRET MAGDALENA, Enrique. La Iglesia franquista. TIEMPO DE HISTORIA, 1980, 6(62): 72-91. Pág. 74.
[2] Referencias a este registro (que fue la fuente documental que utilizó Casado Montado en Trigo tronzado) la hacen JUAN JOSÉ TELLEZ en el artículo La Iglesia Mayor conserva un libro secreto de fusilamientos, Diario de Cádiz (San Fernando), 2 abril 2000 / DOMÍNGUEZ PÉREZ, Alicia. El verano que trajo un largo invierno. Quorum Editores. Cádiz, 2011; y la periodista Vanessa PERONDI en marzo de 2014: El Quinto Hombre del Pelotón. <http://vanessaperondi.blogspot.com.es/> Fecha de consulta: 30 de marzo de 2015. También lo cita Juan José Téllez en Represión en San Fernando: el libro que nunca existió. https://eltercerpuente.com/represion-san-fernando-libro-nunca-existio/
[3] En 2016 AMEDE inició la excavación y exhumación de represaliados del franquismo en las fosas comunes del cementerio de San Fernando.
[4] Joan Manuel Serrat: Sinceramente tuyo.
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