En la Otra Isla existieron piedras con historias de amor.
Pero el tiempo pasa, y la brisa de levante roza la vida una y otra vez, hasta que la promesa grabada en la piedra se desgasta… y entonces los hombres, ciegos e inmisericordes, olvidan que hasta las piedras más humildes de una acera de barrio tienen alma.
Corrían los años centrales del siglo XX, y Tere miraba furtiva el perfil amable de Fernando.
Y Fernando soñaba con zarpar lejos…
¡Quien sabe! ¡Tal vez en el mismísimo Juan Sebastián Elcano¡
Y cruzaron promesas de amor que el tiempo perpetuó entre las piedras de una humilde acera de barrio…
Pero los hombres olvidan que hasta las piedras más humildes de una acera de barrio tienen alma… Ya no quedan las piedras, ni las historias, ni los niños que dejaban su secreto de amor en las piedras del barrio, ni los que soñaban con barcos y largas singladuras. Hoy, un carril bici, inexpresivo y frío, sustituye parte del alma de la Otra Isla.