La vida se configura en ciclos… ya tengo edad para saber eso. Para saberlo y para haberlo experimentado. El otro día, con unos amigos de la niñez (ya sabéis, los que éramos niños y niñas en los años 60 del siglo XX, en Villajovita, Ceuta) decíamos en broma que ahora nuestra medida del tiempo es el medio siglo. Es decir, tenemos edad para decir ¿Antoñita, te acuerdas del bofetón que le pegó Reme a Pepito cuando le cogió la teta en 1967? Es decir, hace de esto 55 años. Sí… tenemos recuerdos antiquísimos ya. Una enorme mochila de recuerdos y vivencias… una espalda cargada de tiempo pautado en ciclos vitales. La niñez, la adolescencia, las lecturas, las conversaciones escuchadas, el amor, la pasión, los hijos, el trabajo, el activismo político, la curiosidad total por todo… cada paso que damos, cada escenario en el que actuamos y cada una de las compañías con las que andamos nos cambia. Todo eso nos condiciona para el siguiente paso, el siguiente escenario y la siguiente compañía. La vida siempre nos está modelando.

Sí… ya tenemos edad para saber eso por propia experiencia. Ciclos, de eso quería hablar, de la entrada en un enorme ciclo de la vida: cuando muere tu compañera y quedas desorientado y enfrentado a todo justamente cuando ya ha pasado buena parte de tu vida. Ya no es que entres en un nuevo ciclo sino en un vórtice tormentoso, sorprendente y no sabes qué va a pasar ni cómo caminarás a partir de ese momento. No recuerdas cómo era eso de tomar una decisión en solitario, sin tener en cuenta al otro (compañera o compañero). No sabes cómo puñetas se decidía en solitario… y, en fin, cada cual se apaña como mejor puede en esas circunstancias. Dejé de escribir, dejé de tener la cabeza ocupada en cosas, dejé todo activismo, dejé que el mundo discurriera sin mí porque cobré conciencia de mi insignificancia (de la insignificancia de cualquier ser humano) y lo hacía la mar de bien (discurrir el mundo sin mí, digo). Dejé de experimentar curiosidad o interés por muchos asuntos, pero mantenía las apariencias para que los demás pensaran que seguía como siempre… Sin embargo, la verdad era que casi todo me importaba un caraxo. Comencé a limpiar la casa, a experimentar con limpiadores, con tipos de escoba… Lo propio en esas circunstancias, imagino que muchos pasarán por ahí. Mi hijo Alejandro se convirtió en mi compañero de piso. Mi hijo Álvaro, Alba y mis tres nietos, en una algarabía refrescante, como el chapuzón brusco en una poza del Borosa (algunos sabréis a qué me refiero)
Pero fue Laura, mi vecina rubia de cuatro casas más abajo, la que me dijo con seriedad que volviera a tallar palos… ¡Oye! ¿Por qué no? El último palo estaba a medio terminar desde 2013 escondido entre los paraguas. Lo retomé y resultó apasionante. Un día estuve con ella buscando troncos por los polvorines de Fadricas y aserramos un trozo del vástago de una pita… por cierto, llena de carcoma. Cuando metí el trozo en el microondas para matar a los bichos, uno de ellos pegó una explosión enorme. Murió, seguro. Luego, encontré un tronco medio quemado en la playa de la Casería de Ossio. Parecía que hubiera sobrevivido a la hoguera de San Juan —que por allí lo celebran mucho— y luego el mar lo batió, marea tras marea, hasta que nos encontramos el tronco y yo. Estaba empapado, lleno de algas y bichos. Ese palo medio quemado resultó un revulsivo. Descubrí nuevas posibilidades para modelar un trozo de madera. Fui consciente de mis errores a la hora de tallar caras de reyes góticos. Aprendí viendo vídeos de auténticos maestros. Estudié un poquillo las proporciones de un rostro humano, cosa que no había hecho nunca… y me hice con nuevas herramientas para tallar. Convertí la mesa del jardín en mi mesa de trabajo…

…ahora soy consciente de todo lo que me queda por aprender. Nuevo ciclo. Soy consciente de las ganas que tengo de aprender a pesar de mis setenta años y a pesar de la tendencia a pensar que pocas cosas merecen la pena. Y eso está bien, supongo … el nuevo ciclo se presenta interesante.
Me alegro mucho de verte en medio de un nuevo ciclo, interesado en volver a empezar -esa acción, esa decisión en solitario que ha costado tomar-. Me alegro mucho de verte en el camino. Nunca, después de fallecer Maricarmen, te había dicho nada, pero me tenías preocupado, nos tenías preocupados. Por eso te sugerí que vinieras a Ceuta y me alegré de verte revivir un poco. Tenía que ocurrir, la vida sigue y era imprescindible que siguiera para ti. Era imposible que alguien tan activo como tú, dejara simplemente de fluir las cosas sin participar de ellas. Han sido esos palos quemados y salados de mar los que te han traído de vuelta. Y yo me alegro mucho. Un fuerte abrazo, compadre. Sigue el camino, más adelante hay más camino…
Sabes que tus palabras ayudan mucho, consuelan mucho… ahí estamos. Un abrazo muy fuerte!!!
He vuelto después de varios años por aquí y antes y ahora sigo admirandote, tu capacidad para comunicarte y tu talento con las palabras y ahora me sorprendo al ver esos “palos” magníficos, como dicen tus amigos por ahí reflejan mucho de ti, un saludo cariñoso. Maribel
De verdad siento tu pérdida y como dice Bernal sigue caminando que te queda mucho por andar
Muchas gracias, Maribel. La verdad es que cuesta encontrar cosas valiosas en lo cotidiano… pero están ahí. Es cuestión de aprender a ver de otra manera. Un abrazo fuerte.