Hay decenas de formas para adormecernos con espejismos. Decenas de maneras para que las ansias incontenibles de fabricar un mundo justo, se serenen y dejemos la lucha a otros -siempre a otros- para que solucionen nuestros problemas comunes. Desactivar la fuerza conjunta de la gente es el mejor invento del poderoso para mantener su hegemonía… El voto ya no es una fiesta. Hace mucho que no lo es. Hoy el voto es el desenlace de una escenografía cansada, cuando debería ser el comienzo de la obra colectiva. La historia nos ha engañado otra vez.
Sí… nos desactivan y nos dirigen a la sumisión, como a los épsilones del mundo feliz que imaginó Huxley. Ciudadanos condenados a ejercer una tarea mecánica y sumisa, ansiosos de soma como único objetivo vital. O, lo que es lo mismo, un trabajo de mierda (cuando lo hay) un sofá, una pantalla y la inacción: que otros –los que recibieron mi voto- hagan y deshagan en mi nombre. Sin control, sin la supervisión del verdadero agente de la soberanía: la gente. Voto y paso atrás, a dormitar otra legislatura.
El avance de las sociedades nunca es gradual, ni definitivo. Vamos a trompicones, hacia adelante cuando las masas se suman a la pelea, y hacia atrás cuando bajamos la guardia. Siempre al albur del más fuerte, en un eterno bucle de conquista y pérdida. Sí… cuando nos duermen con cuentos, amanecemos convertidos en juguetes en manos de los poderosos. Juguetes ahítos de soma y contentos de estarlo.