Demasiado oscuro sigue el día. Tan negro que nadie diría que es por la mañana… Y el joven biólogo ha subido al autobús con la esperanza oculta de tener una compañera de asiento guapa y simpática. Pero dice que siempre le tocan tíos gordos y con olor a sobaquina. ¡Mala suerte, hijo! Viaja a Madrid, pero no a trabajar. Todavía no…
Y mientras amanece me acerco a la plaza de abastos, que es lo único que parece vivo en la pequeña ciudad del sur. Es tan temprano que aún no hay churros, y la máquina de café no tiene presión. El frío repta por el suelo de la cafetería y trepa hasta las rodillas. Y poco a poco los primeros parroquianos empiezan a llegar con el periódico calentito debajo del brazo…
Afuera, esperando que termine de salir el sol, acechan los demonios de cada día. Seguro que aparecen Rajoy y sus adláteres en cuanto algún insensato enchufe una radio o una tele… prefiero seguir en la cafetería, mirando las lucecitas de la máquina tragaperras. Total…