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Reducto Inglés nº 22 / Apuntes para su historia
Capítulo 30 de la Heredad de Fadrique

El promontorio rocoso de Punta Cantera era el sitio ideal para colocar una batería de cañones capaz de amenazar todo el seno de Puntales. Su línea de fuego podría batir la Punta de la Clica y la embocadura del caño de la Carraca, además de tener a tiro el arrecife que une el Puntal de Cádiz con la Isla. También podría ofender Puerto Real, el Trocadero y el fuerte de San Luís. La situación algo adelantada en la bahía, además de elevada sobre un entorno fundamentalmente plano, le daba una ventaja añadida que no se desaprovechó.
Las murallas que defienden Punta Cantera, como ya sabemos, se construyeron a partir de 1777, y al amparo de sus muros, en 1808 se instaló por primera vez una batería de morteros (además de otras en el Embarcadero de Fadricas y en el Lazareto) para acosar a la escuadra de Rosilly, fondeada a su alcance. En el fuego que se intercambió a partir del 9 de junio, las andanadas francesas hicieron blanco en las posiciones de Punta Cantera hasta desmontarlas. Más adelante, en 1810, cuando las tropas napoleónicas establecieron el cerco y se reconocieron las defensas de la Isla de León, se encontró que en la Costa Oeste, desde la Punta de la Clica hasta Puntales, no existía artillería que oponer a los franceses si intentaban un desembarco por estos lares. En consecuencia en noviembre de ese mismo año se iniciaron los trabajos para instalar baterías en Punta Cantera, Lazareto y Osio. Sus fuegos cruzados impedirían eficazmente cualquier intento de desembarco enemigo.
La batería de Punta Cantera, instalada en el llamado Reducto Inglés número 22, se construyó en torno al almacén Santa Bárbara y estuvo artillada con tres morteros, dieciséis cañones de a 24 libras y dos obuses de a 9. En total veintiuna piezas. La servía una tropa de 200 individuos, entre portugueses y fusileros ingleses, que se alojaron en el Santa Bárbara, cuya pólvora se había trasladado a los almacenes de Setina en 1810. Estos hombres debían defender la costa en caso de desembarco francés. Las troneras orientadas al norte aún existían en 1943, cuando se levantó un plano para instalar un deposito elevado de agua. Estas troneras, que hoy yacen en la playa, al pie de las murallas, fueron idénticas a las que se construyeron en las fortificaciones de la misma época y que hoy, pese a ser un monumento histórico, permanecen abandonadas en el entorno del Puente Zuazo.
Para impedir el asalto del Reducto 22 desde la mar, entre la fortaleza y el Espigón se destruyeron unos tres metros de la estructura del muelle para formar un foso que facilitaba la defensa desde tierra firme. Un puente o pasarela móvil daba continuidad al piso para que el embarco/desembarco de pólvora y las faenas del apostadero de sutiles tuviera buen uso. Posteriormente a 1823 se cubrió ese paso para recuperar totalmente la funcionalidad del Espigón.
En torno al año 1978, durante los movimientos de tierra que se realizaron para construir, en el recinto militar, una carretera de circunvalación, aparecieron las losas de piedra colocadas en el suelo del patio de armas del Reducto 22. Y allí quedaron, al borde del camino interior. También con ocasión de esas obras se descubrieron dos cañones de hierro en un talud de escombros que aún permanece en la cortina norte de las murallas, bajo la llamada Garita de la Muerte. Antonio Parodi, maestro de los talleres de munición, y el alférez de navío José María Castelló, vivieron el hallazgo de ambas piezas. Una vez extraídos se limpiaron de óxido, se les fabricaron sendas cureñas en el Ramo de Armas del Arsenal de la Carraca y, una vez todo dispuesto, los flamantes cañones se colocaron junto al mástil de la bandera de los Polvorines, no lejos de su último emplazamiento. Posteriormente, en torno al año 1986, siendo Jefe de Polvorines el capitán de corbeta, ingeniero de armas navales, Luís Solano Molina, se enviaron al entonces llamado Polígono González Hontoria (NOTA 1) . Hoy día están localizados en la Torre de este polígono, asomando por las troneras hacia la playa de Torregorda. Creo que ya no asustan a nadie.
La batería instalada en Punta Cantera no tuvo demasiado trabajo durante el asedio francés de 1810/12. Las aguas de la bahía, en poder de españoles e ingleses; la artillería montada en la flota de sutiles con base en el Espigón y en el Embarcadero; y un amplio terreno cubierto de esteros y marismas hacia el norte disuadieron el ataque francés por ese lado. Las acciones bélicas discurrían por otras zonas. Al final, cuando los franceses levantaron el cerco, el 25 de agosto de 1812, se inicia un periodo de paz de ocho años, aunque el gobierno absolutista de Fernando VII, y su desprecio a la constitución gestada durante el asedio, van creando una serie de tensiones políticas que desembocan en el pronunciamiento de los jefes militares Riego, Quiroga, López Baños y otros, el 31 de diciembre de 1819.
Las tropas sublevadas, acantonadas en Cabezas de San Juan, marchan hacia la Isla de León, y la toman por sorpresa el 3 de enero de 1820. Tratan de hacer lo mismo con el fuerte de la Cortadura, pero ya estaban avisados y son rechazados. Los constitucionales sí logran tomar el Arsenal de la Carraca, y sumar a su causa la guarnición que la defendía. Pero poco después, enterado el rey, mandó un ejercito de 20.000 hombres al mando de los generales Manuel Freire y José O’donell.
La situación a partir del 3 de febrero de 1820 es la siguiente: en San Fernando permanecen sublevados, contra el poder absoluto del rey, unos 4.000 hombres en armas. Controlan los enormes recursos del Arsenal de La Carraca y de una ciudad eminentemente militar y acostumbrada a su servidumbre, pero se ven obligados a cubrir un frente de guerra demasiado amplio. Detrás del río Sancti Petri, un ejercito veterano de 20.000 hombres, impiden cualquier retirada. Cádiz permanece en manos de los realistas (obedientes al poder absoluto del rey), y del fuerte de la Cortadura parten continuos ataques que tratan de romper el frente por la Ardila y Santibañez, al sur de San Fernando. En la bahía fondea la escuadra realista al mando del general Juan María de Villavicencio. Y los bergantines Encantadora y Diligente vigilan la desembocadura del río Sancti Petri. La situación de los constitucionales es insostenible y su rendición es sólo cuestión de tiempo. Pero resisten.
En este contexto, los cañones instalados en la batería de Punta Cantera tuvieron una actuación decisiva puesto que todas las escaramuzas se desarrollaban dentro de su alcance. Su fuego contribuyó a rechazar los ataques que partían del fuerte de la Cortadura y que pretendían tomar el de Torregorda o el enclave de Santibañez, ambos en poder de los sublevados.
“En la tarde del día siguiente (4 de Febrero de 1820), se dirigieron por segunda vez al molino de Santi-Bañez 21 lanchas cañoneras, con el fin de destruir las fortalezas levantadas por los constitucionales, siendo rechazadas por las baterías situadas en el mismo molino, la del ángulo, Punta Canteras y Torre Gorda.” (NOTA 2)
“El día 9 salieron de Cádiz los batallones de Asturias, Lealtad y Guías, 2 compañías de Soria y 50 caballos, los que se desplegaron en guerrillas en el ventorrillo del Chato; el regimiento provincial de Sevilla, que también se hallaba en Cádiz, fue embarcado en botes armados, atacando todas estas fuerzas reunidas a la ciudad (se refiere a San Fernando), siendo rechazadas por las distintas baterías que en el molino de Santi-Bañez, Punta Canteras y la Carraca tenían artilladas.” (NOTA 3)
Estas escaramuzas se repitieron pero no lograron variar ninguna de las líneas. Mientras tanto, el ejemplo de la sublevación se extendió por la Coruña, Vigo, Ferrol, Oviedo, Gijón, Zaragoza y Madrid. Finalmente, Fernando VII ante la evidencia de un país sublevado, se vio obligado a jurar la constitución de 1812. Era el 9 de mayo de 1820 y las baterías de La Isla, entre ellas la de Punta Cantera, contribuyeron con su fuego a que la historia discurriera por esos derroteros.
La otra contribución de Fadricas a estos tres años de liberalismo fue la utilización de la Casa Blanca como cuartel. Y, por supuesto, los tradicionales excesos de la tropa ocasionaron tales destrozos que el marqués del Pedroso, como dueño que era de la misma, el 14 de diciembre de 1820 presentó ante el juez de primera instancia de Cádiz, Joaquín de la Escalera, una queja por los destrozos que se habían producido. A su vez, el señor juez dispuso un oficio dirigido al cabildo de San Fernando “para que exponiendo lo que se ofrezca y parezca, pueda informarse lo que corresponda a la solicitud que ha entablado, en el juzgado, la parte del marqués del Pedroso sobre los perjuicios sufridos en su casería nombrada Casablanca” (NOTA 4) .
Se inicia el Trienio Liberal de 1820 al 23, pero las potencias europeas, reunidas en el Congreso de Verona, deciden intervenir en España para devolver el poder absoluto a Fernando VII. Con esa intención el duque de Angulema, futuro rey Carlos X de Francia, invade la península al mando de un ejército de 70.000 franceses. A estos van sumándose tropas españolas hasta formar los “Cien Mil Hijos de San Luís”. El gobierno, con el rey retenido, se refugia en San Fernando-Cádiz, y se repite una situación similar a la de 1810. En junio de 1823, el ejército del duque de Angulema estableció un cerco total a la Isla, Cádiz y toda la bahía.
Mientras tanto, a marchas forzadas se perfeccionan de nuevo todas las baterías de San Fernando, de manera que el conjunto de la línea fortificada queda formada por las siguientes: Velarde, Daoiz, Portazgo, Santiago, San Pedro, San Pablo,San Judas, Los Ángeles, Gallineras, San José del Bausel, San Melitón de Calatrava, Urrutia, Torregorda y Punta de la Cantera.
Pero esta vez el fervor patriótico de la tropa y de la población no está tan arraigado como en la lucha por la independencia. El cerco es total puesto que el mar es de los absolutistas. Las cuadrillas de vecinos civiles, que son obligados a trabajar en las fortificaciones, están exhaustas y hambrientas. Y los aires políticos no soplan, en esos momentos, a favor de los liberales. Para colmo, el enemigo demuestra mucha más determinación que los defensores atrincherados en la Isla de León. Así, en agosto de 1823, el duque de Angulema ordena atacar y tomar el Trocadero a toda costa. El bombardeo artillero, desde distintos ángulos, duró diez días ininterrumpidos y acabó batiéndolo por completo. Con la toma de este punto los franceses tenían a tiro los trabajos de fortificación que se estaban realizando en Matagorda, de manera que se abandonaron estos y se reforzaron los de Torregorda y los de Punta Cantera. Estos últimos fueron burdos trabajos de fortificación realizados encima de las cuidadas construcciones originales. La premura que imponía el avance de los Cien Mil Hijos de San Luís y los escasos medios no dejó otra oportunidad. Estos nuevos muros se levantaron con sillares de roca ostionera extraidos de otras construcciones, con piedras de mampostear del entorno, con viejos ladrillos, incluso con restos de ánforas romanas, en suma, con cualquier material que se encontrara a mano. Casi todos esos añadidos se mantienen hoy día en pie y son claramente visibles sobre las construcciones originales.
Desde la toma del Trocadero los enemigos se pusieron a tiro de los cañones instalados en Punta Cantera y, de hecho, intervienen en las escaramuzas que se suceden en los próximos días, cuando los franceses abren varios frentes a la vez. Pero esta guerra estaba perdida. Primero cae el castillo del islote de Sancti Petri, luego se rinde la guarnición de la batería de Urrutia. Finalmente los generales del ejército constitucional, Burriel, y de Marina, Cayetano Valdés (que fuera Jefe de las Fuerzas Sutiles con base en el apostadero de Punta Cantera, durante el anterior asedio francés) convencieron a la Regencia de que mantener la lucha sólo supondría una cruel y sangrienta derrota. La paz se firmó el 30 de septiembre de 1823, y Fernando VII volvió a ser el despótico monarca que la historia describe.
La batería de Punta Cantera había disparado su último cañonazo. El Estado Mayor francés ordenó levantar planos, y desmantelar después, no sólo esta batería, sino todo el cinturón defensivo de la ciudad. Con ello se pretendía asegurar que la ciudad no apoyara otro alzamiento contra el poder absoluto del rey (NOTA 5) . Para garantizar la sumisión de las díscolas islas gaditanas, San Fernando fue ocupado por tropas francesas durante cinco años (1823-1828). Para cubrir sus necesidades materiales, las autoridades de ocupación exigieron nuevos sacrificios a una población exhausta y en numerosas ocasiones impusieron sus propias normativas con menosprecio de los intereses vecinales.
Debreuille, debió ser uno de los soldados franceses que ocupó el Reducto Inglés nº 22 (la batería de Punta Cantera y los almacenes de pólvora de la Real Armada). El siete de agosto de 1824, posiblemente durante sus tediosas horas de guardia en la cabecera del Espigón, nos dejó un recuerdo que hemos recuperado ciento setenta y siete años más tarde. Es una cuidada caligrafía, grabada en la pared de bajada al Espigón, y que prueba su paso por estas tierras.
Nota 1.- Recuerdos del C.F. IAN. Gonzalo Martínez-Cabañas, penúltimo Jefe de los Polvorines de Fadricas.
Nota 2.- CRISTELLY, J. Op. Cit. Pág. 277.
Nota 3.- Ibidem.
Nota 4.- AMSF. Libro de Actas Capitulares nº 56. Cabildo del día 3 de Febrero de 1821. “Marqués del Pedroso”. Folio sin numerar.
Nota 5.- De todos modos, el Santa Bárbara siguió utilizándose como polvorín hasta 1969 en que fue demolido para levantar en su lugar el moderno A-3.
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