Si alguien nos infunde recelo —por su comportamiento o por su aspecto— lo más probable es que nos pongamos alerta y mantengamos una distancia prudencial para sentirnos seguros. Una distancia que nos asegure margen para escapar a la mínima. Esto lo tienen muy observado los etólogos y antropólogos… que para eso les pagan.
Esa distancia se reduce mucho cuando las relaciones sociales son profesionales o de amistad. Pero, como mamífero que somos, siempre establecemos a nuestro alrededor unmínimo espacio vital de seguridad. Y cualquiera que penetra dentro del espacio de otro sin ser invitado se arriesga a una reacción airada —o sea, uno no puede ir por ahí arrimándose a la gente, hay que mantener una cierta distancia—.
Marisa, la directora del cole de mis hijos, tenía un radio vital tan pequeño que se acercaba muchísimo cuando te hablaba (lo mismo es que era miope y no se ponía las gafas por coquetería), y a mi me hacía gracia observar cómo sus interlocutores se separaban con cierta brusquedad hasta recuperar su propia distancia de seguridad. Sí, me gustaba observar este comportamiento y preverlo, que hasta lo comentaba con quien estuviera…mira, Fulano, fíjate como Marisa se va a acercar a Mengano y ya verás como Mengano va a recular… ¡Y ocurría!