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Sobre cómo fabricar baterías entre las salinas
El cerco napoleónico a la Isla de León obligó a la Regencia a construir urgentemente un rosario de baterías artilleras en condiciones muy precarias. Las marismas fangosas y el laberinto de esteros y canales eran un obstáculo natural formidable, pero también dificultó la instalación de las baterías en los puntos adecuados para repeler los intentos de incursión franceses… a dicha dificultad se sumaba la escasez de materiales de construcción adecuados, la falta de mano de obra y la amplitud del frente a cubrir.

Si la necesidad estratégica obligaba a instalar una batería en mitad de una salina se buscaba preferentemente hacerla sobre el salero -el solar donde se amontona la sal, terreno generalmente firme y bien asentado-. Montar la batería sobre la vuelta de afuera de la salina -el muro robusto, reforzado con piedras ostioneras, que separa el caño principal del interior de la salina (casos de las baterías de San José de la Carraca y Gallineras baja, por ejemplo)- era otra buena opción. Solo había que ampliar la superficie útil extrayendo fango del contorno para rellenar y estabilizar la superficie con estacas.

Pero si las necesidades estratégicas obligaban a montar una batería en mitad de un terreno inundable y fangoso (caso p.e. de la Trinidad, equidistante entre el Fuerte de la Máquina y el Ángulo del Puente Suazo), se trazaba el perímetro del foso que la circundara, se extraía el fango para elevar el nivel del suelo hasta una altura no inundable en las mayores mareas. Como era tradicional, el nuevo terreno se fijaba con estacas de madera o de pita clavadas verticalmente. Con el fango extraído del foso defensivo se llenaban cestones de mimbre o esparto, simples sacos –salchichones-, o barricas. Y con esos elementos básicos se levantaba el muro perimetral de la batería… En ocasiones, a falta de mano de obra, se utilizaron sacos de sal amontonados a modo de parapeto, incluso entramados de sapina, cañas y fango para dar consistencia y mimetismo al mismo tiempo.

Sin duda eran unas construcciones efímeras. La lluvia y el viento –o las ofensivas enemigas en su caso- las deshacían en poco tiempo. Sólo las más sólidas, construidas con mampostería de piedra ostionera y cal, han perdurado… pero, aún así, estas modestas baterías sirvieron perfectamente durante su corta vida útil / © Milan / 2008

…Y, además de leña, fue preciso acopiar maderas y estacas para construir o reparar las baterías que rodeaban la Isla de León. Revisadas estas, los responsables militares solicitaron a las autoridades materiales para fijar las baterías de Sancti Petri y Gallineras. En consecuencia, la Junta de Defensa acordó el 5 de febrero de 1810 que “se corten los pinares del Coto de la Barca, término de Chiclana, cometiéndose esta operación a los maestros carpinteros de rivera Diego Sánchez y Juan Noé, y para que se faciliten los auxilios necesarios que necesiten al intento se pase el competente oficio al señor General de División de aquel punto”. Con una premura y buena disposición dignas de resaltar, ambos carpinteros inspeccionaron el pinar del Coto de la Barca inmediatamente y al día siguiente informaron a la Junta de Defensa que habían “pasado al término de Chiclana y reconocido el Pinar que nombran de la Barca, no habían encontrado en él pino alguno a propósito para las estacas que se les encargaron…”. Por tanto hubo que buscar alternativas y a continuación acordaron utilizar las maderas y vigas de las casas ruinosas de San Fernando “…siendo como son indispensables las citadas estacas, cuyo objeto exige toda prontitud, se confiere la oportuna comisión al señor don Francisco Corral para que recoja las maderas de todas las casas ruinosas que haya en el pueblo, las que invierta en los fines enunciados”.
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También se había pedido auxilio a la ciudad de Cádiz para el acopio de las necesarias estacas y, en vista de la evasiva respuesta se acordó pedirla directamente al duque de Alburquerque: “Se dio cuenta de las últimas contestaciones de la Junta de Cádiz, relativas al apronto de estacas para las baterías de esta villa, y, fue acordado sobre este y los demás puntos pendientes, se representare lo conveniente al Excmo. Señor Duque de Alburquerque…”
Una vez recogidas todas las viejas vigas de la Isla, y usado las que pudo aportar la ciudad de Cádiz, como el problema persistía, se empezó a talar el último pinar que existía en la ciudad, el pinar de la Casería de Infante (situada en un extremo del actual recinto militar de los Polvorines de Fadricas, actualmente sin uso): “Visto el oficio del señor Ingeniero de este ejército, pidiendo se le faciliten inmediatamente tablones, durmientes, clavos y otros efectos indispensables para la formación de la batería de la salina Santiago, fue acordado se proporcione, con efecto, dicha madera y útiles por el señor don Francisco del Corral, confiriéndole al intento la oportuna comisión; para lo cual, en el día de mañana se le franqueen dos carretas en el pinar de Infantes, y, que se pidan al arsenal de la Carraca, cuatro quintales de clavos a los mismos fines.”

«Mientras estas cosas acaecen, comienza á estrecharse el asedio de Cádiz. Pero la Isla de León y la Carraca detienen la marcha á los invasores: una y otra están defendidas por pantanos, caños y salinas, que impiden la formación de un ejército en líneas y en columnas; pues las estrechas vías que hay entre las salinas solo son conocidas de los salineros. Muchos franceses, creyendo practicable el terreno, se dirigen á él, llevados de un valor digno de más feliz fortuna; pero reciben su sepulcro en vida, siendo absorbidos por el fango. Alburquerque, tras un reñido combate, se apodera del sitio llamado el Portazgo, que está al extremo del arrecife, que va desde el puente de Suazo al camino de Puerto Real y Chiclana. Colócase allí una batería como obra avanzada al puente, y otras en medio de las salinas mismas; y ante ellas queda inútil el poder de Napoleón contra Cádiz. En toda la línea desde el puente al castillo de Sancti-Petri erígense baterías y reductos, siendo notables el del cerro de los Mártires, y uno á las inmediaciones de aquella fortaleza. Allí combaten mucho los vientos del Este, que forman grandes remolinos con las arenas, y en horas suelen cubrir los objetos, cuando soplan con la violencia que suelen. Los ingenieros españoles manifiestan á los ingleses que nada sería mejor que cubrir los parapetos con las pitas, que se usan para los vallados, y que defienden de las arenas las huertas, como se ve en Cádiz. Arredrados ante los gastos del trasporte y adquisición de pitas, que ascendería a unos 500 duros, forman el reducto con fajinas.
Fragmento de «Cádiz en la Guerra de la Independencia» / Adolfo de castro
Pero no pasa mucho tiempo, sin que el Este ó Levante sople con furia por espacio de seis días. En ellos queda cegado con arena el foso del reducto, y cubierto el parapeto. Desengañados los ingleses, aceptan el consejo de los españoles, y cubren su fortificación con las pitas, la cual desde lejos parece más que reducto una huerta».