Oí el sonido de terciopelo desde tres calles antes. Lo inundaba todo… y allí, junto al puente romano, me apalanqué un buen rato a disfrutar del concierto callejero.
Sopla un vientecillo muy frío sobre el Arco Romano de Córdoba, entre el Guadalquivir que baja impetuoso, y la Mezquita. Es un lugar desangelado. La gente atraviesa el arco sin arrimarse al saxofonista, por el otro extremo, como si tuvieran la misma carga eléctrica… No sé, parece que a muchos les molesta reconocer la presencia del hombre y de la música. Pasan presurosos como si no la oyeran y, sobre todo, ignorando al hombre.
Y me temo que no se dan cuenta, pero el músico no pide nada, está ofreciendo un regalo…