A mi abuelo Manuel lo metieron en el calabozo los falangistas. Era el año 1937. Pero tuvo suerte, no lo fusilaron junto a la tapia del cementerio, ni lo desaparecieron en una cuneta, ni lo condenaron por rojo o desafecto al régimen ni nada de nada… se escapó porque un tal coronel León era hermano de un cuñado de un amigo de un vecino etc., etc., etc. Por eso y porque todas las mañanas, al amanecer, cuando un grupo de piadosas beatas pasaba delante de su carnicería rezando el rosario de la aurora, pidiendo por el éxito del Caudillo en su Cruzada, Manuel “el carnicero”, con su delantal blanco manchado de sangre, abandonaba sus faenas, dejaba la puerta de su negocio abierta, y se sumaba a la triste letanía nacionalcatólica… Dios te salve María (Dios te salve María) Plena eres de gracia (plena eres de gracia) El Señor es contigo (el Señor es contigo)… Eso le salvó.
Los escasos días que podía vender algo de carne —cuando le entraba algún cerdo de las escasas granjas de Ceuta—, se formaban unas colas enormes. Y ese mal día el asistente de un capitán del ejército rebelde, que se creía un privilegiado, se quiso saltar la cola de simples civiles de segunda. En la discusión que originó, mi abuelo le dijo al listillo que era un gracioso. Agraviado y humillado, el asistente corrió a su capitán y le dijo que el carnicero le había negado la carne para sus hijos (los del capitán) y encima le había llamado faccioso. Fue suficiente. Un piquete de falangistas se lo llevó. Tres días en el calabozo hasta que la intervención del coronel León y su presencia en los rosarios de la aurora le exoneraron de toda culpa… Así eran las cosas para miles de españoles en la retaguardia y en la posguerra.