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Don VÍCTOR LÓPEZ FENOY en el recuerdo de Milan
Lo que sigue está sacado de La Hoja de Piedra, un lugar de la web que trata del Yebel Musa, que a su vez está basada en un relato extraído de Crónicas de Villajovita. En estos recuerdos aparece un joven don Víctor, profesor de biología o geología… uno de aquellos profesores que dejó un inolvidable granito de arena.
A finales de los años 60 del siglo XX, don Víctor era el profesor de Biología de PREU del instituto de Ceuta. Era un joven con barba y gafas de concha que me gustaba mucho como profesor e hizo que la biología me entusiasmara. Por ese tiempo todas las barbas eran revolucionarias o de izquierdas y estaban inspiradas en las de Fidel y el Che, que representaban ideales de libertad y frescor frente al mundo anquilosado y gris que teníamos. Por tanto, pienso que don Víctor era todo lo izquierdoso que se podía ser entonces. Esas barbas, con el tiempo se suavizaron y dulcificaron para distanciarse de las recias barbas fundamentalistas talibanes. Es el caso de las barbas de Almunia y Javier Solana, que una vez integrados en el sistema casi se avergüenzan de ellas y son ahora casi transparentes.
NOTAS AÑADIDAS AL RELATO: Nos informa EMILIO BARRANCO que «Don Víctor, a la sazón, Víctor López Fenoy, me tocó en Geología de quinto, y a pesar de su buen hacer no consiguió que me entrara en la cabeza aquella cuestión de la cristalografía. Casó con Ana María Pérez BARRANCO, o lo que es lo mismo, con mi señora prima, que era profesora de gimnasia en el INEM femenino en aquella época. Viven en Murcia. Si son ‘guapos’ en todos los sentidos, que mejoraron la especie con su hija Rocío, muguapísma» |
No recuerdo que don Víctor mostrara sus cartas políticas en clase… pero recuerdo que el profesor de latín que tuvimos en cuarto, don Felix Carrasco -uno de los profesores que influyó en mi forma de pensar desde ese momento-, lo hizo a voz en grito contra los nazis y los regímenes afines. Fue valiente el tío. Era el curso 1964/65, y a unos cuantos les dió por pintar en la pizarra, entre clase y clase, cruces gamadas, cruces de hierro y simbología nazi… simplemente porque era lo que aparecía en los TBO’s de Hazañas Bélicas y estos chicos se identificaban con los perdedores… hasta que un buen día, don Felix Carrasco se encontró la pizarra llena de simbolitos nazis. Se puso rojo de ira y se le hincharon las venas del cuello y, a voz en grito, nos explicó el holocausto del pueblo judío a manos de los que usaban estos simbolitos tan monos… era la primera vez que escuchaba esas cosas porque, por esos años, la historia era distinta y ciertos hechos no existían. Esta bronca que nos echó me encendió una lucecita. Gracias, DON FÉLIX CARRASCO, profesor de latín.

Es una foto cortesía de mi amiga Isa Mary. El ojo de Ella es una cueva y
crecen arbustos de laurel…
Volviendo a don Víctor. No perdía ocasión para hablar como nosotros, y eso no era común por entonces. Recuerdo que cuando tuvo que nombrar por primera vez la enzima encargada de romper la sacarosa, es decir, la sacarasa, dijo que tal cosa tenía nombre de maricona… hoy puede parecer un chiste políticamente incorrecto porque ofende al colectivo homosexual, pero entonces no tenía esa connotación y decir eso en clase suponía un acercamiento al alumnado que no se daba en casi ningún otro profesor.
Don Víctor organizó una marcha hasta la Garganta de la Mujer Muerta con fines didácticos. Era Octubre de 1968 y no conservo fotos de ese día. Subimos todos los chicos del Preu con don Víctor, e intermitentemente, cuando él veía algo digno de explicarnos, nos reunía y hablaba de que si esta falla geosinclinal, que si ese terreno es sedimentario, que si son agregados, o rocas metamórficas, que si estas plantas o aquellos líquenes… ¡precioso! A cada uno nos había prestado un librito para clasificar plantas y animales siguiendo una sistemática, y durante toda la subida nos hizo recoger plantas para clasificarlas (debo reconocer que, después de 35 años aún conservo ese librito como una joya, perdón por la sisa)

Llegué a la garganta completamente fatigado, con ganas de vomitar… pero el zumo de una naranja lo solucionó.
CARLOS SANZ DE GALDEANO, buen apasionado del Yebel Musa desde aquellos lejanos tiempo (década de los 60), recuerda que en las laderas de la Garganta, entre el Fahies y el Musa, brincaban macacos, esa especie de monos que aún se conservan en Gibraltar: «Subian muy bien por las paredes de roca. Recuerdo a una madre que con una cría cogida a su cuerpo subía con total facilidad. En una ocasión alguno les tiró piedras, lo que podía ser peligroso si nos respondían pues nos dominaban totalmente». |
Y durante la bajada, en la pared rocosa donde se abría la Cueva de Calipso, encontré el primer fósil de mi vida: una hoja de piedra. Y recordé algo que ocurrió hacía muchos años, uno de esos momentos que te marcan para el resto, que te encaminan sin tu saberlo hacia lo que serán tus inquietudes el resto de tu vida. Fué así:
Servidor debía tener seis años. Corría el año 1958, y en la sala del viejo caserón de mi abuela Herminia –hija mayor de aquel Salvador Guerrero, constructor de casas en Villajovita– estaban sentados Boris Fossati, el médico que vivía en el piso de abajo y era compañero de travesuras de mi padre desde pequeños, y mi tío Chico (Salvador López Guerrero) Ambos examinaban una hoja fósil que habían sacado de una roca submarina. Boris y Chico fueron de los primeros que comenzaron las actividades subacuáticas en el CAS (club de Actividades Subacuaticas en Ceuta), buceaban con botella y habían recuperado numerosos restos arqueológicos. Observar a aquellos dos hombres tan mayores y respetables, interesados en aquella singular piedra me impresionó mucho y me sentí profundamente atraído. Máxime cuando mi tío me dijo:
–Hace dos millones de años, antes de que se abriera el Estrecho de Gibraltar, esta hoja se cayó al suelo y empezó a mojarse, gota a gota, hasta que con el tiempo se convirtió en piedra.
Esa explicación, dedicada a un niño de seis años, tuvo un efecto atronador en mi conciencia. Era como uno de los cuentos que poco más tarde narraría doña Carmen, la abuela de Juan Antonio Mancilla: “dos millones de años”, “cuando no existía el estrecho”, “una hoja convertida en piedra”… era una historia preciosa y real, por tanto, la fantasía era posible. La hoja de piedra, en la mesa de mi abuela, lo demostraba. La fantasía de tal historia se perdió con los años. Pero el interés y la curiosidad que me despertó ese momento y esa pequeña explicación se han mantenido siempre. Luego, pasados los años, yo mismo encontré mi primer fósil, mi primera hoja de piedra, cerca de la Cueva de Calipso, en la Playa de las Barcas. Fue fantástico y aún la conservo. Era octubre de 1968, tenía dieciséis años y vivía en Villajovita, Ceuta.

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