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Lo singular de don César Mosteyrín
«La mitad del camino no es otra cosa que desandar lo andado…» (Henry David Thoreau) / La fascinación de la Mujer Muerta alcanzó a don César Mosteyrín, un hombre singular.
Si Sol Mosteyrín nos deslumbró a los 11 años, su padre, don César, despertaba en algunos niños una extraña atracción… primero, y más importante, por ser el progenitor de semejante belleza, pero desde que servidor pudo ascender (¡gracias a él!) a la cumbre del Yebel Musa, el mítico pecho de la Mujer Muerta, ese hombre tan mayor (visto desde un niño de 13 años) tuvo un extraño halo de admiración. No era normal que nuestros padres perdieran el tiempo subiendo montañas, lo corriente era que disiparan el escaso ocio que tenían jugando al dominó o haciendo chapuzas en casa. No, nuestros mayores se dedicaban –tal vez obligados por sus circunstancias– a otros menesteres. Sí, algo desprendía la familia Mosteyrín que la hacía singular… (Crónicas de Villajovita, página 121)
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Quizá lo más representativo de este hombre fueran sus caminos y sus viajes en solitario: “…mi padre era un gran andarín y montañero, aparte de gran viajero. Recorrió todos los montes de Ceuta, y los de Tarifa cuando vivía allí. Conocía España palmo a palmo. Hizo el Camino de Santiago varias veces, empezando desde distintos lugares. El Rocío lo hizo dos veces, y la Marcha Teresiana y otras muchísimas actividades. Lo conocían en todos los ambientes montañeros de España…” (Crónicas de Villajovita, página 122)
Pero, tal vez, lo que mejor muestre su personalidad, lo singular de este hombre, ocurrió cuando vivía jubilado en Algeciras y quiso volver a subir al Yebel Musa, la preciosa montaña con forma de Mujer Muerta que veía al otro lado del estrecho de Gibraltar. Apenas unos kilómetros le separaba de la zawiya (pequeño altar musulmán) de la cumbre, donde solía rezar su amigo Absalam Ben Absalam Naehmi. Se habían conocido unos años antes, en la primera ascensión de hizo don César a la Mujer Muerta, y desde entonces mantuvieron su amistad. Recuerda su hijo que pasaban horas hablando. Un día, observando el estrecho de Gibraltar desde la costa española, don César decidió volver al Yebel Musa, pero sin usar barco.

Bordearía todo el Mediterráneo: de Algeciras a Estambul, y de Estambul a Ceuta. Tomó su mochila, su saco de dormir y comenzó a caminar. Parece que inspirara al mismísimo Saramago cuando dejó escrito que el viaje nunca acaba, que sólo los viajeros acaban; que el fin de un viaje es sólo el comienzo de otro; que hay que volver sobre los pasos ya dados, para repetirlos y para trazar caminos nuevos a su lado, que el viajero siempre vuelve al camino [basado en “El viajero vuelve al camino”, en “Viaje a Portugal”, de José Saramago]. Y ascendió por el levante español. Pasó a Francia, cruzó Italia y Yugoslavia. Atravesó Bulgaria y Grecia. En Turquía abandonó Europa por el paso de los Dardanelos. En Asia, atravesó el Líbano, Siria, Jordania e Israel. Pero en 1986, cuando caminaba por Egipto, su tercer continente, el presidente norteamericano Ronald Reagan decidió ejecutar lo que denominó “una autodefensa ante un futuro ataque de Libia” (que suena a un claro antecedente de otras indecencias preventivas), es decir, bombardeó el país buscando eliminar físicamente a Mohamar el Gadafi, su presidente. Pero falló y el pobre sólo pudo matar, entre otros, a una de sus hijas. Ahí acabó la suerte de don César: “…como tenía el pasaporte sellado por todos los estados de USA, donde estuvo un año recorriéndolos, le advirtieron que no pasara a Libia, que lo más seguro era que lo tomaran por espía y lo metieran en la cárcel o lo “hicieran desaparecer” misteriosamente. Y él siempre decía que no estaba dispuesto a dejarle a ningún gobierno la buena pensión que tanto le había costado conseguir. Así que desde allí se volvió a casa, cuando sólo le quedaba por recorrer Libia, Túnez, Argelia y Marruecos”.

Don César no dejó constancia escrita de sus viajes y experiencias. Simplemente los dibujó. Su familia conserva cientos de apuntes que hizo de los lugares por donde paseó. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero un recuerdo es inmortal mientras podamos evocarlo. Sirvan estas palabras para recordar a don César Mosteyrín, señor Vayavaca, padre de Sol (entre otros hijos), que nos trajo a Ceuta la leche en cartón y nos ayudó a subir hasta el cielo de la Mujer Muerta. (Crónicas de Villajovita, páginas 123-125)
AQUÍ GALERÍA CON LOS DIBUJOS DE DON CÉSAR