Las salamanquesas comían mosquitos en las paredes encaladas, cerca de las pocas farolas que iluminaban el barrio… y, a pesar de los estercoleros que había en cada huerto familiar, las noches de verano en mi barrio olían a flores.
(Parecerá una tontería, chorrada, cursilada, chiquillada, etc., pero me he emocionado un poquillo… es que mi barrio es una cosa muy curiosa y la noche está muy tierna…)
Escribo estas palabras en el jardín, lejos de mi barrio, en una madrugada de verano…
Hoy también es una noche de verano, pero cuarenta años después. No hay niños corriendo en mi calle –muchas noches los hay, pero hoy no-. Hoy podría ser yo el mayor que contara historias… pero me parece que la historia no puede repetirse. Lo que sirvió una vez, sólo sirvió en ese momento… y hoy el encanto de esta madrugada de verano es el silencio y la sensación de estar compartiendo este tiempo con muchos de aquellos niños.