Crónicas de un viaje al País Vasco: Sensual Donostia

Tiene Donostia cierto aire decimonónico. Tal vez nos condiciona saber que la realeza y su corte de vividores veranearon aquí en otros tiempos… y porque, por esta costa, aún se ven casetas de lonas rayadas que recuerdan los diseños de aquella época. La copiloto y servidor paseamos durante un día por las avenidas de San Sebastián, por sus calles, sus playas y hasta por el monte Urgul. Ella, además de copiloto, también es una notable compañera de paseos…

Nos dimos un codazo nada más verlo. Estábamos delante una especie de colmado que vendía casi exclusivamente cuerdas, tapones de corcho  y cestas de esparto. Parecía salido directamente del siglo pasado. Eran tan sensuales las texturas y olores que emanaban de él, tan evocadora era la imagen, que pedí permiso al dueño para lanzar la fotografía.
— Bueno, mientras no se saques a mí —, me dijo. Y añadió que la tienda abrió en el año 1900 y ahí seguía, sobreviviendo a duras penas… aguantando el ataque de los bazares chinos, que colonizan sin glamour y sin amor todas las esquinas, como hacen las bacterias con la carne muerta…

Hay bicicletas en San Sebastián… tal vez no tantas como debiera. La presencia de ciclistas dulcifica la ciudad. El sillín estrecho y acariciador. Las rodillas de la chica que suben y bajan separándose sólo lo justo. El vestido volátil de verano que jamás se eleva como uno deseara. Lo infinitesimal que resulta el momento oportuno. La mirada que debe ser fugaz, discreta y furtiva. Pocas cosas hay tan sensuales como una chica paseando en bicicleta…

Una lengua de rocas separa las playas de la Concha y Ondarreta. Mi copiloto tiene un viejo antepasado originario de este lugar. Debió ser un arrantxale que varaba su barca cada anochecer en esta playa. Hoy una veterana sirena se deja acariciar íntegramente por la brisa y el sol. Una mujer desnuda es un alarido de libertad en estos tiempos de retroceso… es una bofetada a los integrismos, a los liberticidas, a los macarras de la moral. En otro tiempo la quemarían por tentar a los hombres, como Satanás. Hoy, y en otros lugares, lapidarían a la veterana sirena. Fotografiarla y admirar su voluntad quiere ser mi homenaje a la mujer libre, dueña de su belleza, de su mente y de su cuerpo.

Paseaba sola, soñadora. Y sonreía. No debería sorprendernos que la gente feliz sonría por la calle. Al principio pensé que estaba hablando por el móvil, pero no le colgaba ningún pinganillo de la oreja. No hablaba con nadie, simplemente mantenía un silencioso soliloquio. Posiblemente recordaba algo que la hacía muy feliz. Tan feliz que no podía reprimir la sonrisa. Seguro que alguien la ama con fuerza. Se apoyó en el pretil de la playa de Ondarreta y, sin saberlo, posó para mí.

Chillida ilustra el extremo de Ondarreta con el ‘Peine de los Vientos’. Oteiza, el otro artista donostiarra, lo cierra al pie del monte Urgul con su ‘Construcción vacía’. La rubia de pelo recogido recibe una brisa laminada a través del peine de acero. Posa frente al monstruo retorcido pidiendo su consejo… Jhon Waine le diría: “Un dólar por tus pensamientos, pequeña”. Nunca sabrá que le robé esta foto.


En las estribaciones del monte Urgul, el que cierra uno de los extremos de Donostia. ¡Oooh, el amor! El amor lo mueve todo. Y la envidia, ¡qué mala es la envidia!

En septiembre de 2014 ocurrió un instante irrepetible junto a las esculturas férreas de Chillida. Pasarán eones y nunca se repetirá este momento. Es tan único y tan valioso que no podemos perderlo. Más que erotismo y sensualidad hay un retazo primaveral apasionante. Es una imagen que cautiva por la belleza del conjunto… La luz tibia, el cuerpo joven, las texturas y lo prohibido. Los hombres somos capaces de percibir belleza en la simetría y en lo asimétrico, en lo cotidiano y en lo inusual, en lo eterno y en lo efímero… Y también, y fundamentalmente, reconocemos la belleza en lo sensual, en lo erótico y en lo pasional. No hay belleza sin emoción. Y sin emoción no hay hombres honestos.

La foto la la chica en bicicleta no es mía, pero ilustra perfectamente las sensaciones

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