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PRÓLOGO

Es un prólogo del doctor D. Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz
Coronel médico, Jefe de Apoyo Sanitario de la Bahía de Cádiz, Doctor en Medicina y Cirugía, Académico.

La imagen es de Antonio Atienza

Cuando, en noviembre de 2014, tuve una reunión en mi despacho con el autor del libro, no podría entrever que, solo ocho meses después, me entregaría un borrador del texto, pidiéndome que se lo prologase. Entre mis escasas capacida-des, no brillan las de retórica y crítica literaria, y, por mi formación básica en ciencias, poseo un estilo conciso. Podría considerarse hierático; pero en esta ocasión, tratándose de Miguel Ángel y siendo la primera vez que se me había solicitado un prólogo, no pude ni quise negarme.

La Isla de León ha supuesto a nivel histórico un interesante filón para cronistas, por sus avatares y sucesos acaecidos en los últimos siglos. La construcción del Arsenal de la Carraca; la transformación de una villa de señorío en otra de realengo; el traslado del Departamento Marítimo desde Cádiz; el inicio de la construcción de la Población Militar de San Carlos; la Guerra de la Independencia; la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis; los sucesos cantonales, y las epidemias de fiebre amarilla, disentería y cólera de los siglos XVIII y XIX, suscitaron la contribución literaria de figuras relevantes en la historia naval española.

A nivel general local hemos disfrutado de los textos historiográficos de Joaquín Cristelly, Salvador Clavijo Clavijo y Fernando Mósig Pérez, y, en el aspecto específicamente militar, de las aportaciones de los profesores José Quintero González, sobre el Arsenal de la Carraca, y de Juan Torrejón Chaves, sobre la Población Militar de San Carlos. No podemos obviar los textos sobre la actividad sanitaria naval de los coroneles de sanidad Manuel Gracia Rivas y Domingo Galán Ahumada.

En este contexto diacrónico sobre instituciones civiles y castrenses, faltaba por documentar la historia de un campo-santo de prolífico nombre, los más conocidos: «cementerio de los franceses, de los ingleses, de los soldados, o de San Carlos»; un cementerio olvidado, expoliado y en ruinas, lleno de intrahistorias, junto a la playa de la Casería de Osio. Hasta la fecha, todos los autores de textos sobre la población de San Carlos, entre los que me incluyo, habíamos pasado de puntillas sobre este enclave de enterramiento.
Conocí a Miguel Ángel López Moreno, en una visita que se organizó a nivel institucional en el año 2001 a los Polvorines de Fadricas, en vías de desafectación y traslado a la Base Naval de Rota, en la que actuó de cicerone. Tras su irrupción en la historiografía local con su esplendido tratado sobre dicho sitio, La Heredad de Fadrique, editado en 2003, he mantenido con él una periódica relación cultural en la que intercambiábamos información sobre archivos y temas de mutuo interés, en especial referidos a la sanidad naval local. Prueba de ello, su aportación con el artículo Dos aportaciones a la Historiografía del Lazareto de Infante en el libro Salud y Enfermedad en los tiempos de las Cortes de Cádiz. Crónica Sanitaria de un Bicentenario, editado, junto a José Manuel Blanco Villero, en 2013.

En la reunión referida al inicio del prólogo, se suscitó la cuestión sobre el Cementerio de San Carlos, recogiendo Miguel Ángel el guante con el entusiasmo y rigor académico que le caracteriza. Podría definirle como un filántropo ilustrado cuya máxima ha sido y es difundir la historia y la cultura por el hombre y para el hombre, lo cual se ha puesto de manifiesto en su dominio <www.milan2.es>, en el que, de manera altruista, divulga los conocimientos de nuestra historiografía local. Para ello, escudriña en archivos locales y nacionales, dominando la heurística y la hermenéutica, que se definen como el arte de búsqueda e investigación de documentos o fuentes históricas, y el arte de interpretarlos.
 
Fruto de esta capacidad investigadora, Miguel Ángel ha podido esclarecer cómo en febrero de 1809 los prisioneros franceses procedentes de la flota de Rosily y de la batalla de Bailén, hacinados en condiciones deplorables en los pontones y en el saturado hospital de la Segunda Aguada de Cádiz, fueron ingresados inicialmente en un hospital provisional habilitado en los dormitorios del Cuartel de la Nueva Pobla-ción de San Carlos y no en el Convento de Franciscanos, como los distintos autores que han tratado sobre la materia, entre los que me incluyo, habíamos escrito.
 
El autor ha documentado fehacientemente cómo el traslado a este convento de religiosos se produjo en 1812, una vez finalizado el asedio francés.  Además, ha podido aportar la relación de los 313 prisioneros franceses fallecidos entre 1809 y 1810, con lo que finalmente se ha conocido lo acontecido en el nosocomio y cementerio de San Carlos antes de la llegada del duque de Alburquerque en los prime-ros días de febrero de 1810. A partir de esta fecha, el camposanto acogió mayoritariamente a soldados y marineros españoles de la clase de tropa.

Por estos hechos, el nombre correcto con el que debería ser denominado es el de «cementerio de San Carlos, de los soldados o de los franceses». El último enterramiento documentado se retrotrae a 1911, año en el que las autoridades militares solicitan al consistorio de la ciudad el acotamiento de una parcela en el cementerio de Casa Alta para los soldados fallecidos en acto de servicio.

La historia está repleta de hazañas, gestas y vivencias de los vivos, pero no siempre reflexionamos y ensalzamos la memoria de los muertos. Los libros sobre camposantos no se prodigan ni gozan del boato ni crítica de los potenciales lectores. Con este texto, Miguel Ángel ha expresado una empatía con el más allá, con el alma en tránsito entre la vida y la muerte de 5.782 personas. Prisioneros franceses, soldados, trabajadores del hospital, operarios del arsenal, mujeres, hermanas de la Caridad y niños. Todos sepultados en el camposanto, fallecidos por heridas, enfermedades y epidemias motivadas por deficientes condiciones higiénico sanitarias, en silencio, lejos de su patria y de su familia, sin que nadie les velase, salvo el capellán y los soldados que los transportaban en andas, envueltos en sábanas y sin ataúdes.

En el texto se realiza un elaborado análisis sobre la legisla-ción de los camposantos desde la Real Cédula de Carlos III de 1787 hasta nuestros días, describiéndose con rigor el estilo arquitectónico constructivo de la fábrica de nuestro cementerio. De manera especial se pormenoriza su pórtico de entrada, caracterizado por una simbología egipcia de posible influencia masónica, atribuida a su arquitecto Antonio Prat y Prat.

De manera proverbial y anecdótica se cuentan las vicisitudes que sufrieron los soldados ingleses, los ateos y los suicidas para ser enterrados en un terreno sagrado, circunstancia por la que es totalmente erróneo seguir adjudicándole el apela-tivo de «cementerio de los ingleses». También se detallan los penosos avatares de los prisioneros de la Primera Guerra Carlista fallecidos de disentería y sepultados en el campo-santo, y la fundada sospecha de que en el exterior de su perímetro fueron ajusticiados e inhumados en fosas comunes prisioneros políticos de nuestra Guerra Civil. Finalmente, Miguel Ángel reivindica, como es de justicia, la restauración de este enclave histórico declarado Bien de Interés Cultural vinculado al Legado Patrimonial de los Lugares de las Cortes y la Constitución de 1812 en San Fernando, Cádiz y Bahía.

El libro está escrito con una prosa más propia de un novelista que de un lacónico investigador, con un misticismo, sensibili-dad y bonhomía, que traducen un sentimiento de homenaje y testimonio hacia todos aquellos desconocidos, olvidados o innominados, sepultados sin lápidas ni epitafios; y llena el hueco vacío que restaba por completar en el organigrama de la Población Militar de San Carlos.

Escribe Miguel Ángel que «el tiempo suaviza las aristas de la historia y sin aristas aflora la generosidad de los pueblos», haciendo suya la máxima, en sentido histórico, del novelista, aventurero y ministro francés André Malraux, que enfatizaba: «la cultura es lo que en la muerte continúa siendo la vida».

San Fernando (Cádiz)
Día del Carmen, 16 de julio de 2015

Juan Manuel García-Cubillana de la Cruz
Coronel médico,
Jefe de Apoyo Sanitario de la Bahía de Cádiz,
Doctor en Medicina y Cirugía,
Acádémico


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