Así que salgo del hospital a dar un paseo solitario por la ciudad, que lo mismo con el fresco se me quitan las tonterías. Y acabo sentado en un banco con un García Lorca de bronce. Resulta un poco cabezón y serio. No se inmuta el tío. Le miro y me siento raro porque percibo que la gente que pasa me mira y pone caritas, como de estar pensando que qué hará ese mirando tan fijo a la estatua…
Ya sé que suena a tontería, pero mirar de cerca un García Lorca de bronce tamaño natural atrapa… y, al mismo tiempo, resulta incomodísimo mantener la mirada en el rostro de Lorca por mucho tiempo.
Son guapas las granadinas. Un ciclista calvo en bici roja se queda mirando a una chica rubia y casi se cae. Es una chica como de treinta años, muy guapa y bien vestida… entiendo que casi se caiga el ciclista calvo. Pero recompone su equilibrio y su dignidad como puede y continúa su tour. Le sigo con la mirada porque sé que va a volverse para mirar de nuevo a la chica rubia. Y lo hace antes de girar por la esquina. ¡Los hombres somos muy previsibles cuando hay de por medio una chica guapa!
Una anciana cargada de bolsas se sienta frente a nosotros y me observa… mientras estuvo allí no osé mirar a mi compañero de bronce, no fuera a ser que pensara cosas raras. Luego, después del breve descanso, la anciana sigue su camino con sus bolsas, que es un camino cansino y cansado. La imagino en la soledad de una casa oscura y triste…
Al cabo del rato ya no sé cómo ponerme. Sigo cansado y me duele el culo… debe ser porque es un banco de bronce, como el García Lorca de la esquina. ¡Qué incomodidad de banco, pordió!