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Director del Parque Botánico y Faunístico Maroparque, S.L.

Isla de La Palma – Canarias / Agosto 2013 – Febrero 2014

MAROPARQUE es un espacio vivo. Se encuentra en la Isla de La Palma, municipio de Breña Alta. Discurre por la vertiente oeste del bellísimo barranco llamado del Galeón, un viejo volcán apagado, cubierto de lujuriosa vegetación autóctona y foranea.

En las formaciones rocosas de la ladera, entre cuevas naturales y cascadas, mostramos una gran variedad de animales exóticos, aves, mamíferos, reptiles y peces. Podrá atravesar aviarios en contacto directo con aves, visitar reptiliarios y peceras, y observar el comportamiento diario de primates y demás mamíferos. Todo ello envuelto por el sonido de caídas de agua…

Maroparque es un entono natural y rústico preocupado por el bienestar de sus alojados y por la sostenibilidad del planeta.

La historia de Chico, el pequeño emú cojo

Los dos pequeños emúes llegaron a Maroparque desde otro zoológico en la primavera de 2013. Chico llegó con la patita rota y estaba predestinado a sufrir una eutanasia rápida e indolora. La ortodoxia dice que eso es lo que se suele hacer porque no es adecuado exhibir en un zoológico animales en esas condiciones… pero nosotros no somos de esa opinión y nos negamos. Le salvamos la vida a Chico. Nuestro veterinario le amputó el pié. Lo aislamos de su grupo, lo cuidamos y lo alimentamos con mimo hasta que se recuperó y se le formó un callo suficiente en el muñón. Mientras tanto, su hermano se instaló con el emú adulto, que ya teníamos en Maroparque, y se integraron bastante bien. Tanto se hermanaron que cuando Chico entró en el recinto lo rechazaron con agresividad. Hubo que pautar lentamente la aceptación. Hasta que fue admitido. Es cierto que Chico, el pequeño emú cojo, no camina con gallardía… pero ¿quién es perfecto?

Pincho, el puercoespín que se creía conejo…

La madre de Pincho murió al poco de destetarlo. Tan pequeño era que no hubo más remedio que buscar una solución a su desamparo. Si queríamos que sobreviviera -y lo queríamos- era necesario que aprendiera los rudimentos de una socialización que marcara sus comportamientos. En un medio natural abierto tendría que aprender de sus semejantes a buscar comida, a entender las señales de los demás, a estar alerta y huir de los enemigos, a entablar una relación de poder para marcar su status, a galantear para llevarse a la mejor hembra, etc., etc., etc. Aquí, en Maroparque, en un medio limitado y sin congéneres a mano, hubo que improvisar. Bueno, si Pincho era un roedor, lo más parecido que teníamos en Maroparque eran los conejos palmeros… Y con ellos lo instalamos. Al principio hubo curiosidad e indiferencia. Los conejos le mordisqueaban las pequeñas púas más por aburrimiento que por agresividad, y Pincho se acurrucaba entre ellos buscando calor y protección, talmente como hacía con su madre. Y no fue mal… con el tiempo se integró totalmente con los conejos, aprendió sus pautas de comportamiento y hoy día se cree uno de ellos. Duerme literalmente encima del conejo más grande, parece que lo ha adoptado como mejor compañero. Pero no obstante, Pincho impone su corpulencia -sobre todo cuando despliega sus púas- para conquistar el mejor puesto en el comedero y se comporta exactamente como uno más. Si hubiera que definirlo, diríamos que Pincho -a pesar de sus púas- es un conejo felíz.

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